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Seguir leyendo //La figura tradicional del jefe está sufriendo una gradual metamorfosis hacia un perfil más flexible, empático y cercano a las necesidades de los empleados. Con esta infografía Amybel Sánchez de Walther, presidenta de IPRA, expone las principales características que diferencian a un jefe de un líder.
El jefe tradicional tiende a arrogarse un poder omnisciente y omnipresente en su área de influencia y no desea perderlo: sus indicaciones no pueden ser contradichas, ni comentadas ni debatidas por sus “subalternos“, quienes sólo se limitan (desde su parecer) a realizar actividades meramente operativas y repetitivas.
A diferencia de esta figura, el líder forma un “equipo de trabajo” que le permite el debate de ideas, intercambio de experiencias y la generación de alternativas de solución eficaces ante dificultades y problemas.
No considera el poder como un instrumento de amenaza, sino como una oportunidad para compartir el conocimiento y conocer las perspectivas del resto de los colaboradores, formando así un capital social importante.
El jefe tradicional aplica un excesivo control y supervisión a sus empleados. Sanciona severamente cualquier falla de estos y no tiende a reconocer sus logros, lo cual alimenta su sensación de infalibilidad y superioridad frente a cualquier persona o circunstancia.
Con esta actitud vertical, distante y jerarquizada, el clima organizacional se enrarece y no hay espacio para el diálogo o el consenso.
El líder confía en sus colaboradores y delega parte de su poder a estos para agilizar el flujo de trabajo y alcanzar la sinergia en todas las actividades que desarrolle su área.
Fomenta la participación y el involucramiento del colaborador en su tarea y considera los errores como oportunidades de aprendizaje y superación. Promueve el debate constructivo de sus ideas de manera horizontal, junto con sus colaboradores.
Mientras que el jefe tradicional es incrédulo y suspicaz frente a los cambios, el líder tiene la capacidad de comprenderlos y adaptarse.
Un líder comunicacional debe estar respaldado por políticas corporativas que garanticen el funcionamiento de sistemas de aprendizaje, gestión del conocimiento y redes de comunicación interna.
De esta forma, se reafirma la reputación de la organización, convirtiéndola en un great place to work.
Fuente: IPRA Latinoamérica
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