Ser apasionados es reencontrar a cada momento el gozo y la plenitud de vida

Escribe Silvia Martinica*


Durante el tiempo que trabajé para una empresa
que comercializa una bebida energética, estuve rodeada de deportistas, a los que comúnmente llaman extremos, por hacer deportes de
riesgo. Gente que se pasaba horas esperando olas gigantes, deslizándose por la nieve, escalando montañas o volando por los aires con
equipamiento mínimo.

Para mí, que venía de años de corporaciones en los que pasaba días enteros sentada en mi escritorio frente a la PC o en reuniones y
presentaciones, esto era un contacto cotidiano nuevo, con seres humanos distintos. Cuando uno pasa tantas horas haciendo algo, en la
oficina en mi caso, tiende a sentir que esa es la única realidad aunque sepa que existen otras posibilidades.

En este nuevo intercambio me vi obligada a compartir bastante tiempo con ellos y también algunas experiencias como quedarme una semana
en la montaña bajo una tormenta de nieve, esperando poder armar un evento deportivo. Hacer una nota creíble con ellos implicaba en
parte, impregnarse de sus experiencias. Eso me permitió tener suficientes charlas como para descubrir otra realidad, gente que
pensaba y sentía diferente, simples y sabios, carecían de una estructura y sin embargo tenían otras. Gozo, plenitud y vida eran su
religión. Ninguno de estos grandes deportistas estaba ansioso o enloquecido por ganar la próxima competencia, pero si trataban de
ganarle horas al día para hacer lo que amaban y en torno a esto creaban su rutina. Pasaban largas horas en contacto con el cielo, el
agua, el sol, la montaña y la nieve. Este contacto los envolvía con sabiduría de la manera más simple.

Sintiéndose plenos, haciendo que cada día valga la pena de ser vivido, ellos me hacían ver que se puede tener otra vida, que es
posible, solo depende de uno. Tener otra vida no significa dejar todo e irnos a la montaña necesariamente.

Pero si, detenernos a pensar, ¿cuanto hace que no sentimos pasión?, esa emoción que nos recorre el cuerpo de arriba abajo, un
entusiasmo abrasador, difícil de transmitir con palabras, por algo que estamos por hacer o por alguien con el que vamos a estar. Ante
esta pregunta enseguida anteponemos la lógica apelando a nuestra adultez, justificando con nuestras obligaciones.

Un aburrimiento total, con razón nuestros hijos no quieren crecer nunca. Si esto es hacerse adulto, pensarán, mejor me quedo adonde
estoy que puedo disfrutar de escuchar música, bailar, estudiar lo que amo y emocionarme al besar a alguien.
Perder esas conexiones es empezar a disecarse. La falta de pasión nos endurece y nos hace estáticos y viejos.

Para qué es esta vida si uno no disfruta de cada segundo, de sus aprendizajes y vivencias, simplemente siendo.

En el caso de los deportistas, lo que ocurre es que todos ellos se ponen en contacto con su pasión, en un escenario natural que
propicia el encuentro. Pero lo más importante no es el escenario, sino que todo lo que hacen, lo hacen con toda el alma. No
escatiman entrega, ni físico, ni mente. Se dejan consumir por el fuego de la pasión en cada movimiento.

La pasión es un motor interior poderoso que nos brinda una compulsión positiva. Pero tiene poder justamente por poseer un ingrediente
fundamental que es un ?no apremio? por la meta. Porque aunque existe, se disfruta tanto el camino que esta no es el foco principal; la
meta es tan importante como el camino. El apasionado podría estar haciendo lo que ama durante todo el día y cada día de su vida.

¿Qué distingue a la pasión del simple me gusta?, cuando estoy haciendo lo que me apasiona me pierdo en el todo. Hay una fusión tal que
el tiempo se transforma, deja de existir, se pierde la noción de él. Uno olvida algunas funciones biológicas o las retarda porque
esta fundido en la actividad que está practicando.

Se genera una alineación de la mente, el cuerpo y los sentidos concentrados en un único foco que es la tarea. Somos todo presente, si
recordamos nuestra niñez, cuando jugábamos éramos todo juego, nada nos sacaba de allí. El tiempo parecía tener otras características,
el poder de abstracción o de contemplación era inigualable. Podíamos pasar horas viendo una hormiga o el agua correr. Tenia todo una
gran riqueza. No había rastros de ansiedad, nuestra cabeza no iba en contra del juego, estaba concentrada en el objeto de atención.
No había apremio ni por el objetivo ni por la producción, ni por los resultados, que son temas que al pobre adulto de hoy lo desvelan.
Existía solo el juego.

Tal concentración siempre trae sus frutos. Un pintor perdido en su paleta tendrá incluso mejores resultados que otro que controla y
calcula; en su obra se notará la huella. Un cantante interpretando su arte, que se entrega a su música y a su público contagiará
pasión, moverá multitudes, más que otro que lo haga con tibieza y aunque emplee la mas prolija de las técnicas, no logrará transmitir
de igual manera.

Por eso sería bueno enseñarles a nuestros hijos que no hay cosa más importante que hacer lo que aman, ya que si viven amando su
actividad, el resto vendrá por añadidura, placer, felicidad, éxito, reconocimiento y dinero.

Entregarán al mundo algo preciado salido de la pureza de su interior que irá al servicio de la humanidad y el afuera los reconocerá.

No hay obstáculos que puedan detener la pasión. La única cuestión que puede contra ella es el freno interno, las dudas, la falta de
seguridad, la autocensura, el racionalizar, la auto conversación negativa.

No es necesario ser artista para vivir con pasión. Cuando vamos al banco, a la caja del supermercado o al médico y nos recibe un ser
humano apasionado, satisfecho con lo que hace, sentimos gratitud y la certeza de que estamos en manos confiables.
Haciendo lo que amamos, nos cuidamos a nosotros mismos y a los que nos rodean.

No siempre hay que tirar todo por la borda y hacer una cambio radical, muchas veces se trata de reenfocar la trascendencia de nuestro
propio trabajo, entender qué estoy haciendo, para qué lo hago y cómo puedo poner mis valores personales allí para hacer la diferencia.

Ahora bien ¿que nos puede llevar a no seguir nuestra pasión?, cada uno desplegará su propia lista, pero seguramente vale la pena
analizar qué hay detrás de cada justificación.
En las relaciones también hay limitantes a la pasión, los principales son los celos y el orgullo. Es más importante para nosotros
sostener nuestra orgullosa posición de hasta aquí se llego conmigo, que disfrutar de la plenitud que ofrece el momento.

Debemos aprender a confiar en este sentimiento, ya que proviene de las profundidades de nuestro corazón, si no lo escuchamos puede que
tengamos una vida aceptable, tibia, controlada, correcta y muy aburrida.

Silvia Martinica dirige la consultora en comunicaciones Wom-Ar

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