La Conciencia plena del otro podría cambiar al mundo?

Escribe Silvia Martinica*


Un mundo en el que se pueda vivir sin miedo. De personas amables, que
buscan satisfacer las necesidades ajenas con profunda convicción y entrega como si en ello se jugaran la carta de su vida. Respeto,
vocación de servicio, palabras cuidadas, elegidas, envolventes.

Ojos limpios que buscan los nuestros y cuyo contacto sólo nos proporciona confianza.

Que nos dejen pasar tanto en la cola del banco como en la calle con el auto.

Que se tomen unos minutos para escucharnos, ayudarnos, decirnos unas palabras, o acompañarnos. No importa de qué forma, lo importante
es que nos dirijamos un poquito de atención mutua.

Cuando damos de verdad sin esperar nada a cambio y sólo nos mueve el deseo de brindarnos, una corriente fuertísima de energía se
establece y genera en el otro tremendas modificaciones. Esa forma de dar no pasa inadvertida.
Aun cuando estamos apurados, nerviosos, si nos devuelven a cambio amor, servicio y buena voluntad, es probable que esa actitud detenga
por un momento nuestro apremio o estado de furia. Cuando alguien nos da de esa manera, sentimos la necesidad de hacer algo por esa
persona también, quiere decir que es contagioso.

Algunos afortunadamente tienen valores y los transmiten a sus hijos y otros atropellan y les enseñan a sus hijos a atropellar. Algunos
se manejan con la ley del ?sálvese quien pueda? mientras que otros tienen en cuenta al prójimo. Tienen una noción aunque sea vaga de
que hay otro que es como yo, ni mejor ni peor y que ese otro tiene hijos que son como los míos.

Cuando la conciencia por el otro es mayor, se empieza a vivir sin miedo, porque no es necesario ponerse a la defensiva, ya que deja de
haber motivos para defenderse.

Tener conciencia por el otro nos hace bien primero a nosotros mismos, los sentimientos de amor y de compasión, me hacen lograr un
estado de armonía, bienestar que empieza en la mente, le sigue el cuerpo y se refleja finalmente en la vida.

Nuestra forma ?social? de querer, nos muestra el poco registro que tenemos del otro, el supuesto objeto de nuestro amor. Pretendemos
poseer al otro, en algunos casos sintiéndolo casi como una prolongación.

Esto de no tener conciencia del otro parte, de no reconocerlo como el ser completo y maravilloso que es, al que debería honrar, por su
sabiduría, experiencia de vida, belleza y divinidad interior.

Honrar al Dios interno del otro, la riqueza de un mundo infinito que cada uno lleva adentro en exclusividad. La chispa divina, que
está en nosotros, en cada hombre, mujer o niño que habita el planeta.

Solemos mirar únicamente el plano material, que perciben ordinariamente nuestros sentidos. No podemos contemplarnos en nuestra
completa magnitud ni como la red de interconexiones infinitas que somos.

La plenitud de la percepción del otro y también lo que más se parece al amor incondicional, es el que siente una madre por su hijo.
Puede dar sin esperar nada a cambio una y otra vez, sólo esperando su bienestar. Pero en las relaciones humanas probablemente allí se
agote tal tipo de conciencia suprema.

Vivimos de forma automática, estamos alejados de la esencia humana y elegimos depositar nuestra energía en cosas que no son
trascendentes. Justamente esa naturaleza humana es el camino de acceso a Dios, es lo más cercano que tenemos. Esa esencia está en
nosotros y en los demás. Allí tenemos la oportunidad de explorar ese camino a través de distintas posibilidades. Los otros vienen con
sus mochilas y máscaras y también son estímulos para nuestro propio aprendizaje. No siempre son agradables, pero hace que tengamos
que actuar y sentir en consecuencia, elaborando una respuesta.

Si honráramos a cada ser que se para frente a nosotros, siendo concientes de su YO sagrado. Si lo tratáramos con respeto, cuidado y
amor las cosas se transformarían sustancialmente en nuestro pequeño mundo personal, en nuestro mundo compartido, y finalmente en la
sociedad. La conciencia empieza justamente en la inmediatez de ese universo individual, en el interior de cada uno. No se requiere de
grandes proezas ni inversiones. Tendríamos ese mundo que todos queremos pero que no sabemos como lograr, en el que nos sentiríamos
confortables, seguros y confiados.

Muchos de nosotros tratamos de educar niños que tengan esta conciencia y respeto por sus semejantes. Que aprendan a darle a cada
persona su lugar, honrándola como el Ser profundo y especial que es; y que adquieran ese delicado equilibrio entre respetar sus
derechos propios y también los ajenos.

Simultáneamente son criados otros niños, aprendiendo a atropellar, a abrirse paso a los empujones. Sintiendo que lo único importante
es lo que pueda obtener, sin importar la forma, ni quienes queden en el camino. Esa seguirá siendo siempre una difícil convivencia.
También hay otros casos donde los niños no son ni siquiera educados, el grupo de los abandonados, que no han recibido alimentos ni
educación, que han salido a la calle desde muy chiquitos ya sea para pedir, trabajar o robar. Que conocen enseguida la pobreza
extrema, el descuido, la violencia y el dolor. Que han saboreado el sinsentido desde que abrieron los ojos a la vida. Esos niños que
seguramente tomaran drogas y robarán. ¿Como imaginar que ellos tengan una conciencia de algo?. Este grupo crece en forma exponencial.
¿Como le haremos frente a ello?, el trabajo caritativo, agruparse, hacer política, juntarse en organizaciones, darles ropa,
alimentarlos, apadrinar. Todo eso sirve, claro que si. Pero hay algo más sencillo que todos debiéramos poner en práctica y es la
percepción suprema del otro.

Esto a su vez, nos hará descubrir la trascendencia de la vida, no es algo que hoy le ocurra a la mayoría, es por eso que aun nos
queda tanto por trabajar. Cuando uno obtiene esta mirada, el mundo adquiere otra dimensión.

Silvia Martinica abre un paréntesis en la serie de reflexiones con que nos ha conmovido a la vez que invitado a pensar, a sentir y a
ser en este año de 2006. Se aleja por un tiempo de Buenos Aires para completar una maestría que está haciendo y, al decir de sus
propias palabras: “Habrá una interrupción que le hará bien a mi agotada mente, a la vez que la llenará con cosas nuevas e
interesantes”. Y eso es lo que aguardamos Estimada Silvia Martinica. Muchísimas Gracias y hasta muy pronto.

* Silvia Martinica dirige la consultora en comunicaciones Wom-Ar

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