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Seguir leyendo //Escribe Silvia Martinica
Es una de las preguntas más difíciles de contestar: ¿Cuánto tengo mío y cuánto
llevo pretado? Difícil dado que aunque creemos que ciertos gustos o rasgos de nuestra personalidad nos pertenecen por entero, muchas
veces están construidos a base de cuestiones totalmente ajenas a nosotros.
Muchas adquiridas en forma conciente y otras que podrían llegar a serlo, luego de un trabajo de introspección. Pero existen algunas
que se encuentran profundamente guardadas en las profundidades de nuestro inconciente y no tenemos la menor idea como llegaron allí.
Sin embargo están tan fuertemente arraigadas a nosotros que es como si se hubieran originado ahí mismo.
Muchas de estas creencias y aprendizajes nos formaron sanos, nos hicieron la vida mas practica, más luminosa y nos construyeron como
individuos íntegros. Nos enseñaron como cuidar nuestro cuerpo, nuestra pareja, casa e hijos. Nos educaron para dar amor y para poder
recibirlo. Nos inculcaron también cuestiones operativas y prácticas para facilitarnos la vida.
Fueron creencias que se agruparon e instalaron en nuestra mente a manera de modelos. Nos ordenaron, nos dieron un estilo para hacer
las cosas y vivir, nos brindaron una personalidad.
Se formaron a través de años de afirmaciones y mandatos. En nuestra mochila llevamos de todo, cosas que nos son muy útiles o nos
brindan su belleza y también cargamos con basura. Lamentablemente no tenemos un filtro que nos separe el mensaje bueno del malo, el
?junk? o el ?posible spam? del que tenemos que conservar como lo hace el software de la PC.
De la misma forma en que cargamos en el bolso de viaje una botella de agua mineral, un buen libro y una manzana deliciosa, también
llevamos los papeles de caramelo usado, la bolsita que quedo de los Carilina y un montón de objetos inservibles.
Hay algunas herramientas de las que se valen los padres para poder educar a sus hijos o protegerlos del peligro. Como los niños suelen
ser muy tozudos, muchas veces la forma que sus progenitores encuentran, es a través del miedo la amenaza o la violencia.
Sin embargo estos métodos ?válidos? en una etapa de la vida en la que nos estamos formando como personas. Una vez incorporados
deberían ser discernidos, es decir, deberíamos abrir la mochila y tirar lo que ya no nos sirve.
Este ejercicio de limpieza tendríamos que hacerlo por lo menos una vez al año. Tomarnos un tiempo como para revisar que cosas
estamos cargando, tomar conciencia y eliminar.
Sólo el espacio vacío puede ser nuevamente aprovechado con cosas nuevas, mientras que si esta ocupado aunque sea con material de
desecho, es energía estancada que tendrá su peso y hará más dificultoso el moverse hacia adelante. Es como conservar un vaso lleno de
agua sucia, que ya no beberemos, mientras permanezca allí, no nos permitirá verter agua pura en el. A menos que la tiremos y
limpiemos el vaso.
Un momento muy bueno para hacer esta limpieza es fin de año. Generalmente hacemos un balance de lo vivido y también es común que nos
pongamos a pensar en los proyectos para el año entrante. Conviene entonces aligerar la carga y empezar a mirar vidrieras para ver que
deseamos adquirir.
Muchas presiones provienen del material inconciente que no hemos removido jamás.
Puede que haya sido útil en alguna etapa de nuestra evolución, la infancia o adolescencia, pero no debimos dejarlo ahí olvidado
para que se estanque, tendríamos que haberlo quitado al superar ese momento.
Hay además otros contenidos que nunca sirvieron para nada bueno y que vinieron como acompañantes. Los incorporamos de los demás, los
emisores de aquellos mensajes, que estuvieron cerca nuestro mientras crecíamos.
Me refiero aquí a cargas emocionales nocivas que depositaron sobre nosotros nuestros ancestros junto con las recomendaciones y
consejos. Que tenían poco que ver con nuestra educación y si con limitaciones propias que no fueron adecuadamente liberadas. Ellas
recalaron en nuestro inconciente y moldearon nuestra personalidad, muchos de estos moldes son tan profundos que se han
institucionalizado y creemos que se originaron en nosotros mismos.
Su efecto puede condicionarnos e imponernos limites en el alcance de lo que podríamos llegar a hacer e incluso a desear hacer.
Por ejemplo si tuve un padre crítico que no confiaba en lo que hacía. Es muy probable que el elemento a deshacerme sea mi inseguridad
y la duda permanente acerca de mi capacidad para resolver las cosas.
Uno puede estar programado para hacer lo que ?debe hacer? aun a costa del propio bienestar, felicidad, placer y deseo intimo. A punto
tal de no plantearse ni siquiera lo que le gusta. Es probable que una persona con estas características, en la infancia solo hiciera
lo que debía, que lo externo para ella, fuera más fuerte anulando así sus propios deseos. En este caso la valoración esta puesta
afuera, en los deseos del otro.
La búsqueda propia a veces esta muy teñida por los estímulos ajenos. Estos patrones son dignos de ser revisados antes que sigan
organizándonos la vida.
Sentimos un poco de culpa si vivimos felices y en plenitud permanente, porque desde afuera se ve algo sospechoso. Hay una sensación
comunitaria tácita de ganar lo bueno a fuerza de sufrimiento.
En esta cultura de sacrificio las delicias de la existencia que deberían ser obtenidas por derecho de nacimiento son vistas como
producto de un merecimiento posterior al padecimiento.
El esfuerzo es un concepto mejor, ya que no evoca sufrimiento, sino ahínco, pasión y trabajo para alcanzar una meta. El sacrificio se
relaciona al sufrimiento y a la privación. Respetar y sostener los patrones que nos enseñaron, es el peaje que pagamos para que nos
quieran.
Cuando alguien dice, refiriéndose a una niña, ??es buenita, ni se siente, no pide nada, no molesta?, esta armando en ella una
eficiente programación para que no tenga demasiada abundancia en su vida. Ya que el que nada pide nada obtiene.
Pero si tuvimos padres que valoraron ese tipo de silencio, es probable que respetemos su mensaje llevándolo a la acción y de esta
forma satisfacerlos. Aunque seamos adultos y esos padres ya no estén, es muy probable que sigamos pensando que es bueno no pedir, o
si lo hacemos sintamos la culpa que actúa como freno a la obtención.
Vaciemos y pongamos en la mochila únicamente las cosas que queremos en nuestra vida. Para conseguirlo tendremos que ser
responsables y plenamente concientes de todas nuestras elecciones basadas en el adulto de hoy.
* Silvia Martinica dirige la consultora en comunicaciones Wom-Ar
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