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Seguir leyendo //Escribe Silvia Martinica*
Qué lindo es ver como nos ponemos los argentinos frente a los partidos del mundial.
Despertamos un voltaje que evidentemente se encuentra adormecido la mayor parte del tiempo. Frente a cada partido esa cajita donde
guardamos la intensidad, se abre para estallar con fuerza cuando ganamos.
Al explotar con emoción, todo se tiñe de celeste y blanco, nos hermanamos a través del sentimiento común y nos invade una poderosa
sensación de pertenencia.
Vivimos el placer de ser argentinos, amamos la bandera y festejamos frente al Obelisco. Esta unión en la felicidad es de una fuerza
tal, que muchas veces nos desborda. Dejamos los quehaceres cotidianos y nos juntamos para ver el partido. El país se para, pretender
seguir con la vida como si nada pasara nos convierte en una especie rara de extraterrestres.
En el fondo de este fenómeno, lo que esta ocurriendo es que se despierta la conciencia de grupo y es una usina de alegría general
que se propaga de corazón a corazón.
Elevamos la bandera en un abrazo interminable y cuando llegue la hora de dejarla, la entreguemos a nuestros hijos para que ellos
continúen con ese sentimiento de comunidad.
Regresamos a guardarnos en el fondo de la caja, adormecemos nuevamente los sentimientos de comunidad, euforia, celebración, rituales y
gozo grupal profundo. De nuevo sentimos que solo nos importa nuestro mundo individual.
¿Que pasaría si perpetuáramos este sentimiento?, si lo convirtiéramos en acciones todos los días y lo transmitiéramos a nuestros
hijos. Sería otra comunidad, una que tuviera la conciencia de grupo bien despierta.
Como la tenían nuestros ancestros, las antiguas civilizaciones americanas, que mediante rituales celebraban a diario el hecho de
pertenecer a la tribu y se hacían fuertes a través del sostén del grupo. En ese contexto sentirse solo, aislado de la comuna era
impensable. La impronta de la unión la llevamos adentro nuestro a través de siglos, esta en la información de nuestras células,
entonces cuando logramos despertarlas mediante algún estímulo nos sentimos de nuevo en casa.
El grupo fortalece, enriquece y contiene, le da mayor sentido a la existencia, brinda pertenencia, revaloriza el trabajo cotidiano,
en una verdadera comunidad nadie está sólo.
El sentido de pertenencia al grupo despierta a otros primos hermanos que son la conciencia del otro, la compasión y el propio rol
frente a los demás.
La conciencia del otro, es entender que hay un otro que es un ser humano con un cuerpo, una vida y sentimientos, que tiene alegrías ,
tristezas y miedos, que le pasan cosas igual que a mi. Que tiene necesidades, una familia, etc. Entender que hay un mundo alrededor
de esa persona y que no es un objeto inerte.
La compasión es ir un paso mas allá, es tener el conocimiento que nos da la conciencia del otro pero además un sentimiento caritativo
hacia esa persona. Es ponerse en línea con las emociones de ese otro y a partir de allí poder acompañarlo. Somos compasivos cuando
podemos sentir en nuestro corazón lo mismo que el otro esta sintiendo sin ninguna separación. Abrimos un espacio interior donde esa
persona cabe tal cual es.
Da lugar además, a un impulso participativo al percibirnos ante la imposibilidad de estar aislados de los demás y del entorno en el
que vivimos. Somos un sistema vivo de relaciones y todas son importantes para la totalidad. Cuando nos movemos en comunidad se produce
una sinergia y la atención se vuelve hacia la calidad de lo que queremos hacer como grupo, con el apoyo mutuo sin preocupación por las
jerarquías. Esta actitud permite una mayor productividad y requiere de una menor cantidad de tiempo en la ejecución de tareas. Las
actividades se vuelven plenas de voluntad y son armoniosas y agradables.
Por último ?Yo mismo frente al grupo?, es tomar conciencia de todas mis acciones dentro de ese grupo, y su consecuencia. Entender
que situaciones generan cada uno de mis movimientos, que mis pasos no son inocuos, todo estimulo nacido de mi genera alteraciones
buenas y malas. Cuando uno tiene conciencia de su rol en el grupo, entonces los movimientos se vuelven menos impulsivos, pasaran al
menos por un rato a través de la razón.
Asumimos un verdadero compromiso, dejamos de sentir el peso de la obligación, porque el comprometernos proviene de nuestro interior.
Cuando tomamos esta actitud es porque hemos alcanzado un punto alto de madurez que nos permite darnos cuenta que sin vocación por la
entrega ningún proyecto puede tomar cuerpo. Nos convertimos en líderes de nosotros mismos para servicio del grupo.
Estos son los cimientos básicos para el buen funcionamiento del grupo o de la comunidad. Sobre estos se asentarán, los objetivos, la
organización, la repartición de roles, etc.
Para que una organización sea sana tiene que partir de una base que contenga esos cimientos. Las personas más equilibradas y con mayor
conciencia deberían ocuparse de los de menor equilibrio y el gobierno de ayudar a la sociedad a organizarse para que lo logre.
Lo cierto es que todavía hay muchos que miran su propio ombligo o que hacen como el avestruz. No ven nada, no les importa nada. La
indolencia y separación de los otros e incluso del medio donde vivimos, marcan un camino en el que cada vez nos importa menos del
otro. Descuidamos la casa en la que vivimos tanto como a los que viven en esa casa, hasta el punto de pensar que tenemos cuestiones
más inmediatas e importantes de que preocuparnos.
¿Hasta cuando?, seguramente hasta que la crisis humana, nos despierte en un momento donde no tengamos mas remedio que preocuparnos por
revertir la situación debido a un tema de supervivencia. Todavía los recursos han sido muy benévolos con nosotros. A pesar de nuestra
conducta, el sol sigue saliendo cada mañana, sigue brotando el agua para que vivamos, seguimos teniendo tierra fértil, árboles y
algunos espacios con buen oxígeno para disfrutar. Pero también es cierto que la retirada de muchas especies del planeta ya comenzó.
Quizá un buen recurso sea, concentrarnos en el sentimiento de felicidad de ganar los partidos con la camiseta puesta, en prologar ese
abrazo gigante con nuestros hermanos argentinos. En alargar esa historia de amor y de euforia sin disolver el grupo después que
terminen los partidos, prolongando esa sensación y compromiso.
Imaginemos que sintiéramos esa sensación de plenitud grupal siempre y no solamente frente al fenómeno del mundial. Que tuviéramos el
gusto por vivir en este país, por compartir con nuestros hermanos argentinos, tirando todos juntos para adelante con un mismo
objetivo. Si se puede lograr con el fútbol quiere decir que la semilla existe. Está guardada en la cajita y el fenómeno mundial logra
disparar. Aunque todavía no existen otros motores capaces de activarlo de igual manera. Ya que ni bien terminan los partidos volvemos
a encerrarnos en el hielo de la individualidad, la separación y a mirarnos de reojo siendo concientes sólo de nosotros mismos.
* Silvia Martinica dirige la consultora en comunicaciones Wom-Ar
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