Cristina en su laberinto, mientras Kirchner pelea con las tasas y la inflación

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De Domingo a Domingo – Columna de Análisis Político Semanal de Hugo
Grimaldi*

Cristina de Kirchner está en el peor de los
mundos: se muestra más que nadie y, a la vez, tiene que hacer campaña sin criticar, pero también sin proponer nada más que
generalidades o buenas intenciones. De allí, la pobreza de sus discursos, cargados de eufemismos y casi sin ningún “cómo”, más allá de
las alusiones al Acuerdo Social tripartito, un experimento corporativo con olor a naftalina que hoy teje para ella el Presidente.
Cosas de asesores, sus constantes apariciones públicas, que se suceden de a dos o tres por día casi como para que pase rápidamente
el tiempo hasta las elecciones, le hicieron privilegiar en la vidriera el envase por sobre el contenido. Es decir que Cristina tuvo
que canjear sus reconocidos atributos de solidez ideológica y de habilidad para la polémica (es un hecho que no debatirá), por
actuaciones teatralizadas en voz y presencia, con escenografías y marketing de similar factura, donde la televisión ya satura más de
lo que aporta.
Pero lo singular no está en las formas, sino en el fondo. Si la candidata señala alguna debilidad, tiene que disimularla; no puede
decir que va a modificar las cosas, sino que va “a completar la tarea”. De allí, que tuvo que archivar aquel lema de los primeros
tiempos, aquel del “cambio” que “recién empieza”. Aunque si hay alguna cuestión en la que los desequilibrios son manifiestos o graves
y la realidad le impone transitar otros caminos y ella lo desliza, inmediatamente, la oposición se le tira a la yugular para
recriminarle: “si sabe cómo hacerlo, ¿por qué no le pasó la receta a su marido y lo hicieron antes?”. Algo muy parecido le sucede a
Daniel Scioli, otro reconocido cultor del hablar, sin decir.
Donde más se notan estas debilidades es en los grandes centros urbanos, donde la población hila algo más fino. La Capital Federal es
hoy un notorio bastión del anticristinismo y los taxistas dan fe del fenómeno: “hay bastante desinterés, todos dicen que no la van a
votar, pero también todos dicen que va a ganar”, resume uno de ellos.
Con algo más de rigurosidad científica, un experto en mediciones de opinión pública que no trabaja para el Gobierno señala que hoy
“la intención de voto declarado para Cristina en la Capital no llega a 2 de cada 10 ciudadanos”. Otro tanto estaría ocurriendo en La
Plata, su ciudad, donde varias encuestas, pese a todas las listas colectoras que la llevan al frente, le asignan menos de 30 por
ciento. En Lanús, un sondeo telefónico la ubica en 35 puntos, unos 15 abajo de Scioli o del propio intendente, Manuel Quindimil.
Estas divergencias estarían mostrando cierta propensión hacia el corte de boleta, en el distrito bonaerense, la clave de la
elección. Sin embargo, el mismo encuestador le reduce las esperanzas a sus competidores: “hoy no hay forma de que Cristina baje de 45
puntos, por lo que no habrá segunda vuelta”, sentencia. Su razonamiento es que el fenómeno de las grandes ciudades no se ha trasladado
sobre todo al segundo y tercer cordón del Conurbano, donde está el grueso de los votantes y donde casi nadie cortará boleta, por una
cuestión práctica o hasta de educación.
También alude a la probabilidad del “voto oculto” o “voto vergonzante” a favor de Cristina, aquel que en 1995 le dio el pase a
Carlos Menem en el primer turno, una forma de cobertura que han adoptado los encuestadores para justificar los cambios de tendencia de
último momento.
Otra alternativa que le arrimará chances adicionales a la candidata oficialista es la posibilidad de que haya gente que vote en
blanco o que impugne su voto, ya que los porcentajes decisivos se calculan sobre los votos “positivos y válidos”. Las matemáticas
indican que al desechar estas dos categorías, quienes están a la vanguardia resultan ser los primeros beneficiados, ya que suman mayor
porcentaje y se despegan más del resto, ambos factores que son vitales para determinar el ballotage.
Un cálculo simple ayuda a clarificar las cosas: si un candidato reúne 4 votos sobre 10 emitidos, el segundo 3, el tercero 2 y el
último 1, el primero sumará 40% de los votos “positivos y válidos” y quedará a 10 puntos del segundo. Pero si el último renglón es un
voto en blanco (válido, pero no positivo) o anulado (inválido), el cálculo se hará sobre 9 votantes y por lo tanto, el porcentaje del
ganador subirá a 44,44% y le sacará al segundo una ventaja de 11,11 por ciento.
El fenómeno podría darse especialmente en la provincia de Buenos Aires, si buena parte de los votantes de Francisco de Narváez (y
todo indica que podría ser un gran caudal) no aportan boleta presidencial, ya que la de la fórmula Unión-PRO no la llevará adherida y
necesitará de un corte en otra para completar la tira. Pese a que en Recrear dicen que esos votantes sumarán a Ricardo López Murphy
como presidente, Jorge Macri, el candidato a vicegobernador, acaba de señalar que sus votantes tienen libertad para votar por quien
quieran. Lo paradójico es que, si por cultura o desinformación, esos ciudadanos dejan el casillero vacío, también desde la
desarticulación opositora (y por lo explicado), Cristina de Kirchner aumentará sus chances.
Si todo se da como el Gobierno espera, hacia el futuro, Néstor Kirchner será el arquitecto y la actual Primera Dama la ejecutora,
pero el drama para la candidata es cómo hacer hoy, más allá de algunas alusiones en los discursos, para no meterse de lleno en abordar
los temas del día a día que le pilotea su esposo, con cierto grado de heterodoxia y mucho de voluntarismo.
Pese a que la etapa electoral lo obliga a privilegiar el show antes que los remedios, seguramente, no escapa al conocimiento del
Presidente que el tema de la inflación y el de las tasas de interés que tanto lo desvelan por estos días están íntimamente
relacionados y que tienen mucho que ver con el equilibrio que es deseable entre el consumo y la inversión. Un didáctico video del
Banco Central Europeo que circula por Internet es muy ilustrativo al respecto y muestra qué le ocurre a las economías cuando se
descalabran sus fundamentos. El colofón es la desaceleración, algo que Kirchner jura que nunca se le ocurriría propiciar y un mal que
le endilga desde el atril a la perversidad de sus detractores.
El caso del acuerdo de precios con supermercadistas, almaceneros y afines ha resultado tan endeble que recién la semana próxima
podrá tener alguna concreción, cuando se conozcan las listas de eventuales productos incluidos, aunque todo indica que éstos se podrán
reemplazar a diario con mucha dinámica.
Ha sido notable como el tiempo de vigencia de este tipo de convenios resultó inversamente proporcional a la suba de los precios, una
manifestación más de su constante aceleración. Lo cierto es que el nuevo acuerdo apenas durará 40 días en los papeles y que
probablemente sólo llegue hasta el 28 de octubre, ya que los industriales miraron todo lo que pudieron para otro lado y ha sido
difícil arrancarles un sí completo, tras la negativa pública del mismísimo Pascual Mastellone.
La aparición de los listados sólo parece tener un propósito práctico, como es el de fijar precios de referencia para que el INDEC
los tome como ciertos cuando verifique la inflación de octubre, y otro propósito más inquietante, de artera delación, por parte de los
comerciantes para con los fabricantes que no se sumen.
En este contexto tan enrarecido, el Presidente pareció descubrir que las fuerzas del mercado algo tienen que decir cuando algún
producto se encarece, ya que alabó a las organizaciones que propiciaron el boicot al tomate. Más allá del desprecio que estos mismos
actores han tenido por la lógica de los consumidores que dicen representar, sobre todo con un alimento fresco cuyo precio subió por
razones estacionales y que todo el mundo sabía que iba a bajar cuando se repusiera la oferta (importación mediante), sería bueno
verlos actuar también contra otro tipo de producto o servicio menos previsible en la evolución de su precio, algo que por ahora han
declinado hacer.
Otro tanto ha pasado con los banqueros, a quienes el Presidente castigó a pedido del lobby industrial, básicamente porque no les
prestan a tasas negativas. Es verdad que los bancos tienen “platita”, como dijo Kirchner, y que no la colocan a largo plazo, aunque se
atajan diciendo que no disponen de instrumentos de captación del mismo tenor. Sería ilusorio pretender, argumentan, que con este nivel
de inflación alguien depositará con gusto a largo plazo en pesos y mucho menos pensar que algún inversor podría hacerlo bajo una
cláusula de ajuste, ya que la manipulación de los precios demolió la credibilidad en el CER.
Los técnicos del Banco Central y de Economía están delineando una serie de mecanismos que ayuden al sistema a salir del atolladero.
Algunos tienen que ver con una descompresión en la tasa Badlar que remunera ciertas operaciones de los bancos con la autoridad
monetaria. Esta semana se harán anuncios que tienen que ver con cambios en montos, plazos y tasas de esos instrumentos, más una acción
coordinada con los bancos oficiales para darles un margen mayor de maniobra, lo que incluye incentivos para generar créditos al sector
productivo.
Sin embargo, el pato de la boda lo pagarán una vez más los afiliados de las AFJP, ya que en el Gobierno están disconformes con la
cantidad de títulos públicos extranjeros que tienen en cartera (sobre todo brasileños), un stock de U$S 9 mil millones que comenzarán
a derivar al sistema financiero la semana próxima. “Qué cambien el foco”, ha sido la orden que partió del Palacio de Hacienda a la
Superintendencia de AFJP.
Todo este remezón con industriales y banqueros, tiene también su lectura política, a dos semanas de las elecciones: “¿Qué estarán
viendo estos tipos para bajar su grado de adhesión al Gobierno justo ahora?” es la gran duda de los corrillos, interrogante que al
menos le pone un poco de sal y pimienta a

admin
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