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Ganó por el peronismo y desde afuera le marcan la cancha
Si se cree en la democracia y en la voluntad de las mayorías y no se anteponen prejuicios sobre la calidad del voto, queda más que claro para el razonamiento político que sólo el kirchnerismo, ahora devenido otra vez en peronista, aunque se verá por cuánto tiempo, y ningún otra fuerza más, ha sido capaz de mostrarle a la ciudadanía una estructura de poder tal que garantice no solamente ganar cómodamente una elección, sino ponerse el país al hombro y asegurar la gobernabilidad durante cuatro años más. Esta fue una de las claves del resultado del domingo pasado.
Desde la estructura del voto, la mayor paradoja de la elección presidencial ha sido que el peronismo profundo, aquel que de modo recurrente fue mirado por encima del hombro por la construcción ideológica que profesa el matrimonio presidencial , aquel al que se intentó destruir con los proyectos de transversalidad y concertación, es el que acaba de darle mayoritariamente el triunfo a Cristina Fernández de Kirchner en primera vuelta.
Claro está que ese 45 por ciento que consiguió la candidata oficial tuvo como aliado central a la inoperancia individualista de los opositores que, también paradojalmente, se han mostrado más activos pasadas las elecciones, para quejarse en conjunto de situaciones que excedieron claramente el marco de la “desprolijidad” comicial (robos sistemáticos de boletas), que antes, cuando tuvieron la oportunidad de armar programas en común para proponérselos seriamente a la ciudadanía. Lo hicieron en soledad y así les fue.
Tan notoria desarticulación opositora, casi una guerra veraniega de vedettes que en otros tiempos los peronistas llamaban “bolsa de gatos”, nunca logró encolumnar ideas-fuerza que resultaran críticamente superadoras de muchos desaguisados del oficialismo, que los hubo en cantidad, muy graves y muy variados que podían haber sido un blanco muy fácil de vulnerar. Sin embargo, todas fueron críticas y lo más endeble es que nunca se las acompañó con soluciones.
Así, los opositores más encumbrados oscilaron entre el miedo a que se les note la ideología (Roberto Lavagna, Ricardo López Murphy, Jorge Sobisch) y cierta incomodidad a que se los vincule con la nefasta experiencia de la Alianza (Elisa Carrió), ya que los electores no quieren saber nada con nuevos engendros que se estructuren como “proyectos anti”, porque desarticularían la gobernabilidad. Este fue otro de los motivos por el cual la mayoría votó por Cristina y otro 8% por el también peronista Alberto Rodríguez Saá.
En cuanto al peronismo actual, el que sumó votos y votos en el Conurbano, en el NEA y en el NOA de modo casi excluyente para la candidata oficial, es una fuerza semisubterránea que no tiene nada que ver, sin embargo, con aquella esperanza superadora que profesaban los descamisados de Perón o los grasitas de Evita, sino que se trata de un impulso diferente que hoy nuclea a los pobres del siglo XXI, más que hundidos en el barro por todas las miserias sociales habidas y por haber y a los que cuatro años de administración kirchnerista tampoco logró sacar del pozo.
Es verdad que la candidata oficial necesitó también sumar votos de clase media, pero la mayoría de estos votantes, sobre todo los de las áreas urbanas, los que siguen habitualmente el impulso de sus bolsillos o el de las modas, los mismos que fueron beneficiados por subsidios que aplanaron tarifas y lograron la reinserción laboral en blanco debido a sus calificaciones profesionales, se volcaron masivamente hacia los candidatos opositores.
uchos lo hicieron visceralmente, casi de modo amateur y hasta sin conocer los requisitos constitucionales de una elección de doble vuelta y entonces favorecieron por descarte al número dos (Carrió o Lavagna, según los distritos), con la esperanza de que su performance pudiera hacerle sombra a Cristina.
Ante el desacierto de la atomización opositora, para ir a una segunda vuelta, no se necesitaba tanto hacer subir al segundo, sino que había que lograr con propuestas más contundentes y políticamente viables que la candidata que iba primera cayera por debajo del límite de 40 por ciento, con lo cual resultaba más oportuno un voto por convicción, como hizo el kirchnerismo, que un voto por conveniencia. Estos votantes son los que hoy afirman desde la simplificación de las matemáticas y no desde la letra de la Constitución, que 55% es más que 45% y que el oficialismo sólo ganó comprando voluntades, especialmente la de los más pobres.
A la luz de todos los demás vericuetos descriptos, esta excusa demasiado banal no parece alcanzar del todo para explicar el triunfo del oficialismo, aunque sus receptores sean “ignorantes”, como a estos dinosaurios de la política les gusta calificar peyorativamente a esas postergadas franjas sociales.
Ya esta columna había advertido la semana anterior que se avecinaba una guerra verbal al respecto, fomentada del otro lado por el mote de “gorilas”, que se había gestado en el mismísimo riñón presidencial. Por eso, el primer discurso de Cristina de Kirchner, en la noche del domingo, resultó tan vivificante y mayoritariamente ponderado, inclusive por el cardenal Jorge Bergoglio: “Quiero convocarlos a todos, sin rencores, sin odios. El odio hace mal, el odio no construye, el odio sólo destruye”, había predicado la actual Primera Dama.
Sin embargo, la soberbia, que todo lo puede, puso en el aire al día siguiente de la elección a otras voces que no dudaron en enmendarle la plana a Cristina y comenzaron a denostar a quienes no votaron por el Gobierno, sólo porque no piensan igual. Los porteños fueron los más golpeados por declaraciones del Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, debido a su modo tan particular de mostrarse como una “isla” electoral, aunque ese aspecto tan descriptivo del accionar de la Capital Federal no es lo más censurable del ministro, sino un matiz no menor de su discurso, porque conlleva regimentación, ya que pidió, para no criticarlos, “que voten como el resto del país”. Los integrantes de estas capas medias rebeldes, ahora están convencidas de que para disciplinarlos el ajuste les pegará más fuerte a ellos que ninguno.
En medio de los tironeos por la apertura de la planta de Botnia, situación en la que Uruguay sobreactuó demasiado y tuvo que hocicar ante el pedido de España de esperar a la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile, el mismo funcionario también pretendió ponerle paños fríos a la cuestión inflacionaria, ya que siguieron los problemas en el INDEC y comenzaron a visualizarse ajustes de precios de dos dígitos. Fernández siguió el libreto sobre los arreglos metodológicos hacia adelante, volvió a insistir en que todo había sido una maniobra de la oposición y hasta pidió no hablar de “levantar lo barrido debajo de la alfombra”, para no estimular las expectativas.
Tras las elecciones, todo este maquillaje del discurso oficial ya resulta un verdadero diálogo de sordos, que tiene poco de político y se ha convertido en un problema económico e ideológico. En el fondo, nadie está dispuesto a reconocer en el Gobierno que la inflación es inherente al modelo que se buscó instituir como alternativa a las odiadas recetas neoliberales y que el problema tiene que ver en esencia con la artificialidad del tipo de cambio alto, uno de sus pilares.
Al respecto, la nueva presidenta sufrió no uno, sino varios y sucesivos baños de realismo durante la semana, ya esos problemas se han encargado de recordárselo, entre otros, la demócrata Madeleine Albright, ex canciller de Bill Clinton y hoy asesora de su esposa, la admirada Hillary, y el socialista Dominique Strauss-Kahn, nuevo director gerente del FMI. En este último caso, habría que computar también un cachetazo a la ingenuidad, ya que apenas asumió el francés dijo lo que todo el mundo sabía: para golpear las puertas del Club de París, primero hay que hablar con el Fondo, ya que ambas instituciones son manejadas por los mismos dueños, los países del G-7. Reglas son reglas.
El desapego a las mismas y la falta de transparencia también le propinaron otro golpe a los Kirchner durante la semana, ya que la Argentina cayó del puesto 70 en 2006, al 85 este año, en el ranking mundial de competitividad. Mientras en Davos se destacó el crecimiento argentino, se criticó muy duro la inflación y la falta de calidad institucional. Por último, las publicaciones internacionales tampoco fueron para nada benévolas con la nueva presidenta, a quien se le augura problemas si no se vuelve algo más ortodoxa, ya que no sólo le marcaron la agenda el respetadísimo semanario “The Economist” y el conservador diario inglés “Financial Times”, sino que los mismos reparos se los marcó sin anestesia el progresista “The Washington Post”.
Pronto se verá si la fortaleza de los votos le permitirá a Cristina hacer un giro para avanzar en cada uno de los aspectos que le puntualizaron desde afuera -actualización de tarifas incluidas- o si se vuelve a cerrar, al mejor estilo del presidente Kirchner.
En otro orden, y probablemente sin buscarlo, todas esas publicaciones del exterior se han sumado desde la libertad editorial a darle la espalda a lo que Cristina llamó críticamente el “relato” mediático local de la gestión de los últimos cuatro años. Este contraste entre el indelegable rol crítico de la prensa y las necesidades de los políticos de que todo se muestre como ellos pretenden es una constante en todos lados, aunque sólo en algunos se busca torcerlo.
Para la presidenta electa, su esposo y todo el entorno, la prensa argentina hoy no transmite correctamente todo lo bueno que hace el Gobierno. Inclusive se le imputan aviesas intenciones opositoras que, se estima, dejarán de hacerse presente, si los medios sólo se dedican a difundir los hechos de los partes de prensa oficiales y no a opinar -como debe ser- sobre las consecuencias que esas políticas pueden tener sobre la vida y el futuro de los ciudadanos.
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(*) Por gentileza de Hugo E. Grimaldi, director periodístico de la Agencia DyN (Diarios y Noticias, de la Argentina), reproducimos su columna De Domingo a Domingo, correspondiente al domingo 04 de noviembre de 2007.
Cada fin de semana esta columna aparece en medios destacados de la Argentina, como La Gaceta, de Tucumán; la Nueva Provincia, de Bahía Blanca; La Capital, de Mar del Plata; La Calle, de Concepción de Uruguay o El Diario, de Olavarría.
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