Cuando los cuerpos hablan

Escribe Silvia Martinica


A través del encuentro visual con el otro podemos ver la inmensidad de su interior. Por algo
siempre se dijo que los ojos son la puerta del alma. Los dichos populares encierran grandes verdades, la mayoría de las veces.

Los ojos hablan por si mismos, las miradas profundas y prolongadas generan automáticamente intimidad. A veces esa cercanía es
bienvenida y otras es rechazada, es frecuente que ocurra que el otro no pueda sostener la mirada mucho tiempo. Esto puede tener muchas
lecturas tales como timidez, falta de autenticidad, vergüenza por algo hecho, etc.

En el sistema de PNL (Programación Neurolinguística), existe una técnica que detecta situaciones internas a través del movimiento
ocular involuntario. Esos movimientos son completamente inconcientes. La persona no puede gobernarlo aunque lo desee, por lo tanto
puede ser utilizado como detector de mentiras o para averiguar si la persona tiene un conocimiento profundo acerca de lo que está
hablando. También se puede descubrir el entusiasmo, el miedo, el amor o el dolor profundo.

Las miradas de amor, han generado un gran caudal literario por siglos, porque no hay nada como reflejarse en los ojos del ser amado,
ni conexión mas soberbia que la producida por el encuentro visual prolongado de una madre con su bebe mientras lo amamanta.

El contacto a través de la mirada, es el más íntimo que podamos tener los seres humanos en forma inmediata, sin entrar en mayores
conocimientos del otro y sin tener que arriesgarnos demasiado.

Si deseamos saber qué le pasa al otro, qué siente y cuáles son sus deseos. Contamos con esta maravillosa herramienta para saberlo
enseguida.

Es algo que está al alcance de todos pero sin embargo pocos usamos. Posiblemente la razón sea que estamos tan encerrados en nosotros
mismos y en nuestro mundo que nos cuesta salir.

Porque a pesar de ser accesible, sostener la mirada del otro con atención nos involucra emocionalmente. Si se convierte en un
ejercicio diario se obtiene el poder que esta práctica le confiere al usuario, que es la comprensión instantánea del sentir del otro
cuando se dirige a mí. Qué cantidad y calidad de atención me está brindando; si está pensando en otra cosa mientras le hablo; si está
preocupado o tiene miedo, o si algo lo está incomodando.

Por supuesto que es bien sabido que el cuerpo entero habla sin que emitamos una sola palabra. Pero teniendo los ojos ni siquiera es
imprescindible mirar al cuerpo.

Hacer este ejercicio nos aporta gran cantidad de beneficios, dado que empezamos a tener entre manos una información inmejorable, que
aunque el otro concientemente no la brinde la estaremos obteniendo a través de la propia percepción.

Es fundamental que relajemos nuestro cuerpo, nos entreguemos a los sentidos y dejemos que sea él quien se encargue de leer la
realidad. En general nos ocurre lo contrario, porque vivimos creyendo sólo en la mente, a lo proveniente de nuestro hemisferio
izquierdo. Pero el cuerpo es una fuente inagotable de percepciones, muchas de ellas no pasan por lo mental, pero son tan válidas como
ellas.

Nuestro cuerpo esconde recuerdos, experiencias que generan una cadena de sensaciones y aprendizajes, que verdaderamente es un
desperdicio ignorar.

Además el nos habla sobre lo que deberíamos hacer o dejar de hacer a través de los síntomas provocados por las enfermedades físicas y
de las emociones.

Aunque los créditos son, por lo general, para nuestro sistema mental y terminamos siendo seres parcializados con una cabeza y cuerpo
desintegrados. Usamos al cuerpo como si fuera un soporte importante, pero soporte al fin, para sostener la majestuosa cabeza.

A lo que el pensador contemporáneo Ken Wilber aporta, que somos como el centauro y deberíamos ser concientes de ello. Si
simbolizáramos a la mente como el hombre y al cuerpo como el caballo, dice que comúnmente el hombre actuaría como si fuera un jinete
separado del caballo, tratando de dominarlo y conducirlo para que obedezca. Cuando la realidad es que somos una completa unidad y los
dos: jinete y caballo, cuerpo y mente tienen igual importancia.

Las terapias tradicionales en las que hay un profesional que escucha, mientras el paciente le cuenta y luego el terapeuta devuelve.
Son terapias que tienen un enfoque desde un único aspecto que es el análisis mental de las situaciones y de las emociones. Son útiles
desde un punto de vista, pero son incompletas y no siempre logran llevar estas cuestiones a la acción, por más que sean comprendidas y
superadas por los pacientes.

Despertar y mover emociones a través del cuerpo es mucho más fácil, ya que nuestras células guardan la memoria de toda la vida,
incluso muchas que la mente no puede alcanzar si no es ayudada por el cuerpo. Al activarlas aparecen con tanta fuerza como inmediatez
en nuestro presente. Es entonces cuando debemos reconocer que la mente es muchas veces superada por el cuerpo, al no poder explicar
sucesos que van apareciendo con una intensidad inmensa y que además han llegado para quedarse.

Por eso digo que cuando se trata de comunicación con el otro es mas importante la lectura corporal que lo que el otro nos dice
verbalmente. Incluso Muchas veces el cuerpo dice lo contrario que las palabras. En ese caso nuestra percepción nos ?cantará? la
incoherencia. Es el típico caso que ocurre cuando pensamos: ? me aseguró que vendría pero tengo la sensación de que no lo hará?.
Íntimamente sabemos lo que va a ocurrir. Lo llamamos intuición pero no nos hacemos más preguntas, es que el hemisferio derecho y todo
su universo pareciera no gozar de muy buena prensa, sin embargo es un aprendizaje errado que responde a prejuicios limitantes.

La fuerza y coherencia del cuerpo es a veces imparable. Cuando nos invade una emoción tan fuerte que nos supera, las palabras no
alcanzan y tenemos que recurrir al cuerpo para expresarla y poder acercarnos un poco a los verdaderos sentimientos. Ante un dolor muy
intenso solo podemos llorar; ante un amor muy desesperante solo podemos abrazar. Ante una atracción muy grande hacer el amor. Ante un
gol de Argentina en la final saltar gritar, etc.

En esos momentos dejamos que el cuerpo mande, nos damos cierta licencia, para luego retomar el control mental, ni bien podamos. De
esta forma nos estamos perdiendo la sabiduría y conocimiento que nos brinda el cuerpo.
Imaginemos cuanto mas sabios podríamos ser si integráramos cuerpo y mente por partes iguales, atendiendo a uno y a otro
alternativamente y a los dos juntos en casi todas las oportunidades.

Por eso es que, algo tan simple como una buena, profunda y sostenida mirada solo nos traerá satisfacciones, nos acercará a la realidad
propia al reconocer nuestras emociones y a las del otro al generar esa conexión parlante.

Imagen: Mitos, por Carlo Adelio
Galimberti

* Silvia Martinica dirige la consultora en comunicaciones Wom-Ar

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