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Seguir leyendo //Escribe Silvia Martinica*
Vivimos en un mundo donde abundan las relaciones ficticias. También las podemos llamar plásticas
porque no son naturales. Generalmente nos resulta difícil mostrar al otro nuestros verdaderos sentimientos.
Aunque muchas veces nos jactemos de nuestra autenticidad, hay momentos en que la abandonamos. El miedo a ser auténticos nos invade de
pies a cabeza. Las mascaras que nos fuimos inventando a lo largo de la vida, nos son útiles para ocultarnos y poder ?manejar? lo que
deseamos que el otro perciba o ignore. Actúa como un filtro que nos protege.
Es probable que vivamos toda nuestra vida detrás de ese caparazón y que nunca lleguemos a experimentar el sabor de ser auténticos.
Los modelos de mascaras pueden ser múltiples, algunas personas se esconden detrás del conocimiento y el poder que este les brinda. La
categoría de los títulos universitarios y post grados, ocultando a la persona que son en esencia. Cada ser humano tiene un grosor
diferente de mascara, algunos se la dejan pegada con cemento de contacto y otros la sostienen con la mano y se la quitan de tanto en
tanto. Eso dependerá del nivel de miedo que cada uno le tenga a ser descubierto.
Nos escondemos por distintas razones pero la principal es por pensar que a los demás no les gustaría nuestro yo real con todas sus
fallas e imperfecciones. Pensamos que tenemos que hacer un trabajo perfecto, para ser aceptados
y no entendemos que estamos equivocados en este aspecto.
En realidad lo que estamos haciendo es no darles la oportunidad a los otros de conocernos. En cuanto a nosotros mismos, nos privamos
de la satisfacción de disfrutar de los maravillosos resultados que la autenticidad provoca en la gente.
Cuando empezamos a ?compartir? nuestro verdadero ser con los otros, algo mágico empieza a suceder. Compartir incluye a los miedos
profundos, el humor hacia uno mismo y también algunas miserias, ¿porque no?
La persona que tenemos enfrente se ablanda ante tanta sinceridad, ante la inmensidad del ser que se le muestra, se conmueve, se
identifica, le genera una profunda empatía y simpatía.
Finalmente le dan ganas de imitar al autentico, generando un intercambio muy positivo que fortalece la relación.
La autenticidad crea esos momentos increíbles, difíciles de olvidar, donde impera la emoción y las amistades se convierten en
profundas. Se genera un interés genuino hacia el otro, ocurren embelesamientos y también posibles enamoramientos. Esa admiración
inocultable hacia el que puede decir quien verdaderamente es.
Cuando alguien esta siendo autentico dan unas ganas irresistibles de imitarlo. Porque si el se saco su mascara ante mi, merece ser
retribuido, que yo también me la quite. Por otro lado, inspira una tentadora curiosidad, ver que se siente, disfrutar de esa nueva
libertad.
El miedo a ser auténtico puede originarse en viejas heridas, ante el dolor de haber sido rechazado y la confusión de no haber
entendido porqué. Este dolor puede llevar a actuar con superioridad o soberbia.
Cuando alguien decide sacarse la mascara, es posible que vuelva a colocársela al menor indicio de amenaza o incomodidad. Si esta se
convirtiera en humillación o dolor profundo lo más probable es que no vuelva a quitarla jamás ni por un ratito.
Caminar dentro del ser auténtico, no siempre resulta fácil, es necesario integrar
el miedo a ser verdadero y muchas veces todo lo que tengo que
hacer es compartir ese miedo con otros. Porque expresar el miedo no solo disuelve su poder sino que me acerca a los demás.
Nos sentimos humanos y todos notan que somos humanos y les pone su propia humanidad a flor de piel. Las barreras sociales se aflojan
frente a la inmensidad de ser congéneres.
Por el contrario, tratando de ser perfectos ponemos distancia, provocando enojo, miedo y diferencias.
Creemos que siendo perfectos nos aseguramos el amor, al menos eso mamamos desde la cuna, cuando en realidad la perfección se
encuentra en ser fieles a nuestras limitaciones
Otro beneficio que la autenticidad provoca es la sensación de alivio, por no tener que hacer el esfuerzo de seguir una estrategia para
aparentar que somos algo diferente a lo que somos.
La autenticidad es también una herramienta que al usarla invalida las estrategias externas, ya que suele descolocar a la gente.
Desenmascara el juego sucio, combate la ironía, la agresión, la competencia y la hostilidad.
Provoca en los demás una mejor postura a través de la reflexión y el aprendizaje por contagio.
Contamos con rótulos que nos mantienen a salvo, los construye el ego para que nos identifiquemos con una personalidad.
Escondemos viejos dolores porque nos avergüenzan y nos hacen ver débiles. Por temor al rechazo los negamos. El propio valor
obviamente es independiente de los logros, ¿pero realmente es tan obvio?, al no separar los logros de nuestra esencia, estaremos
siempre sintiéndonos de acuerdo a las cosas malas o buenas que nos ocurran y viviremos en una inestabilidad permanente.
Ser auténtico no es algo que sucede de una vez, es un proceso progresivo.
Es mas que recomendable hacer el esfuerzo, vivir la experiencia de abrir el corazón a la verdad del propio ser, cualquiera que este
sea. Algunos beneficios son la amistad, la confianza y aceptación real.
* Silvia Martinica dirige la consultora en comunicaciones Wom-Ar
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