La inflación le puso pimienta a la campaña, Kirhner salió al ruedo mientras pulsean Moyano y las emp

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De Domingo a Domingo – Columna de Análisis Político Semanal de Hugo
Grimaldi*


Muy teológico,
aunque algo exagerado, ha estado Néstor Kirchner al definir al Indice de Precios al Consumidor oficial como algo “perfecto”, aunque no
debe haberse referido, por cierto, al precio de los tomates. Para él, los datos que demuestran que un kilo de este fruto-verdura
cuesta hasta cuatro o cinco veces más en los negocios que en las planillas que manda a elaborar Guillermo Moreno son sólo parte de una
conspiración opositora, previa a las elecciones.
Al fin y al cabo, una referencia de tal raigambre política no valía la cualidad de deidad que el Presidente le endilgó al tan
vapuleado INDEC, ya que es más que evidente que entre el organismo y los ciudadanos se ha perdido el elemento central de cualquier
religión: la fe. Una encuesta muy poco difundida de la consultora OPSM, que habitualmente trabaja para el Gobierno, ha señalado en la
semana que nada menos que 87 por ciento de la gente tiene “poca” o no tiene “nada” de confianza en las cifras oficiales.
Ante tamaña contundencia y ante el aprovechamiento político de la oposición, Kirchner no tuvo más remedio que salir a la lisa para
limitar el daño, aunque se jugó por un adjetivo del que es imposible volver. Y aunque probablemente tampoco haya considerado la
cuestión moral de la mentira desde el precepto bíblico, con esa definición tan particular el Presidente buscó, como es costumbre ya
conocida, sacarse el sayo de encima y poner la pelota otra vez del lado contrario, porque que si la opinión pública cree que en esta
historia hay mentirosos, habrá pensado, “es mejor que sean los demás”.
En la polémica, por un lado está el Gobierno, que acusa a economistas, opositores y medios de generar expectativas inflacionarias y
por otro, estos mismos actores, quienes dicen que no hay expectativa más nefasta que la falta de seriedad que muestra el INDEC,
mientras desgranan de corrido todas las manipulaciones, algunas desembozadas, que el organismo oficial generó desde enero.
Sin embargo, ninguno parece decir del todo la verdad, ya que si bien es tiempo de elecciones y el campo resulta fértil para jugar
irresponsablemente con un tema tan sensible para la memoria de los argentinos, también es irrefutable que si bien el proceso no está
desatado y que hay diques macroeconómicos que otrora no existían, los precios no paran de subir y el dinero cada vez alcanza para
menos.
El panorama se completa con la última trapisonda del INDEC, ya que aún antes de los cambios metodológicos que se prometen para 2008,
en setiembre, el organismo maquilló la realidad y descartó picos estacionales, para no computar valores que generalmente corrige la
propia oferta y demanda, como es el caso de los alimentos frescos, con el tomate como típico ejemplo.
La gravedad de este problema de buenos y malos que pelean por acceder al queso gubernamental en primer término abarca a la sociedad,
ya que el organismo estadístico es parte de un conjunto de instituciones que se deterioran aceleradamente porque, además, nadie -ni
oficialistas ni opositores ni ningún dirigente- se ocupa de regarlas a diario.
El peligro general es que por la irresponsabilidad de muchos, en este tópico se profundice el retorno hacia el “que se vayan todos”,
lo que mandaría para atrás buena parte del camino recuperado. Pero la situación también le pega de lleno al Gobierno en particular,
con las elecciones a la vista, porque la desconfianza se ha hecho presente, sobre todo en la víscera más sensible de los argentinos,
Perón dixit, el bolsillo.
Desde lo estríctamente electoral, el tema le ha servido a la oposición para anotarse un poroto de campaña, ya que su alboroto hizo
mover nada menos que al rey. El acicate sacó algo del letargo a esta previa más que híbrida, a la que le falta emoción por los cuatro
costados, ya sea por consciente decisión oficial o también por apichonamiento de los contrincantes.
Si es por Cristina de Kirchner, y sus discursos bastante vacíos de contenidos así lo desnudan, no se esmera demasiado en decir los
cómo ni mucho menos en hacer promesas puntuales (“Ni Daniel Scioli lo haría mejor”, ha dicho un opositor), más allá de la continuidad
que se promete con énfasis, sobre todo en lo que no se pudo hacer, junto a un notorio cambio en el estilo de gobierno. Si hoy fuese 28
de octubre, éste sería el mejor de los mundos para el oficialismo, ya que al momento descartan totalmente un escenario de ballotage.
En general, los opositores han comprado la idea de que ellos mismos “no existen” y además cada uno los deméritos que la propaganda
oficial les atribuye y, al igual que la senadora, todos también se encapsularon, aunque para mal, porque si bien no enamoran, tampoco
sorprenden. Tienen tres semanas para cambiar.
De Roberto Lavagna se dice que “no tiene carisma” y hasta él se lo ha creído, ya que no le sale otra cosa y no hace nada por
distinguirse. Tampoco termina de definirse como opositor, porque en el fondo está de acuerdo con este esquema económico que él mismo
diseñó y sólo se atreve a ir a fondo en aspectos formales que hacen a la prolijidad de los procedimientos.
Elisa Carrió, también carga con su cruz, la de una eventual “falta de gestión” y, para demostrar lo contrario, se enreda en
explicaciones técnicas que la deslucen. Hasta escucha a asesores de campaña que le aconsejan que no debe pelearse con nadie, su
fuerte, junto a las denuncias. A Ricardo López Murphy se lo acusa de “neoliberal y noventista” y le da vergüenza admitir al menos una
parte de esa historia y defenderla y de Alberto Rodríguez Saá se afirma que quiere convertir al país en un feudo personal, como San
Luis, lo que parece cierto, aunque el puntano es, por ahora, el que menos se calla la boca.
Al agitar el tema inflacionario de a uno y en conjunto, al menos han hecho sobrereaccionar al propio Kirchner, quien de algún modo
está anticipando cómo se resolverán las cosas desde diciembre en adelante, si su esposa es finalmente quien lo suceda, cuando él
adopte en el tablero la movilidad perimetral de la dama, para protegerla, como ha hecho ahora, cada vez que sea necesario.
Es sabido que en el caso del INDEC, alguien convenció al Presidente hace unos meses de que el organismo era una cueva de facinerosos
que trabajaban pagados por los bancos para elevar sistemáticamente los índices y que había que meter mano, casi como en una cruzada,
aunque esa metida de mano irracional haya sido el principio de todos los problemas. De allí las investigaciones que se están haciendo
al respecto.
Sin embargo, esta última ofensiva presidencial pareció tener otro objetivo visible: en el rol de escudero de su esposa, Kirchner salió
a marcarle la cancha en materia inflacionaria a Hugo Moyano, a un par de meses vista de lo que se intentará armar como Acuerdo Social
y no como Pacto, para que no recuerde del todo a aquel que el gobierno peronista de 1974, con José Ber Gelbard a la cabeza del
ministerio de Economía, firmó con la CGE y la CGT de entonces.
El cegetista había dicho hace un par de meses que “a Cristina no la conocemos” y de a poco comenzó a posicionarse como un referente de
los sindicalistas más duros con el Gobierno. “No le damos un cheque en blanco a la señora” es lo menos que se escucha en el edificio
de la calle Azopardo y todos saben en los ambientes gremiales que cuando se comience a hablar de Acuerdo, la CGT tirará 30 por ciento
de aumento de salarios sobre la mesa y que la inflación de bolsillo será el gran argumento.
Cada vez que Moyano habla, ahora en el Gobierno se preocupan por interpretar sus dichos, porque ya saben que en estos últimos años el
camionero ha dejado de ser lineal, como en tiempos de Carlos Menem, y que sus discursos necesitan ahora segundas lecturas, mérito de
Juan Manuel Palacio, comentan en su entorno.
En la estrategia de posicionamiento, el Gobierno busca aislar a Moyano y como no le alcanza sólo con la CTA, ahora ha iniciado un
trabajo de pinzas con los llamados “gordos”. El desprecio que se solía tener por estos referentes, que habían dado un paso al costado
en la conducción del movimiento obrero a la espera de mejores tiempos, ahora se trocó en conveniencia, porque se los considera mucho
más receptivos a la hora de negociar una estrategia similar a la 1974. Nadie olvida que aquel experimento saltó por los aires cuando
la CGT pidió el descongelamiento de los salarios, tras muchísimas violaciones al acuerdo de congelamiento de precios.
Es muy extraña la situación, ya que algunas áreas de gobierno, sobre todo las más cercanas al ministerio de Economía, identifican a
Gelbard como el modelo a seguir, y así se lo homenajeó durante la semana al cumplirse el 30 aniversario de su muerte, pero por otro
lado se intenta no agitar del todo la soga en la casa del ahorcado, sobre todo en estos tiempos de rebrote inflacionario, ya que ese
Pacto desembocó en el tristemente recordado “rodrigazo”, con tres dígitos de aumento en la medición de los precios y germen de la
híper de Raúl Alfonsín.
No obstante, la repetición de ese tipo de recetas corporativas no dejará de estar en la mira del gobierno de Cristina de Kirchner y
prueba de ello fue el encolumnamiento casi unánime de las entidades empresarias más emparentadas con la llamada burguesía nacional que
se intenta recrear, en relación a la última medición de precios del INDEC.
De un modo al menos controvertido para muchos de sus asociados, y quizás con la promesa de que el Gobierno disciplinará a Moyano, las
cúpulas de varias cámaras salieron a apoyar de modo obediente y de a uno en fondo el 0,8% del IPC de setiembre, con comunicados casi
calcados que únicamente pusieron sonrisas en lo alto del poder.
En los escritorios de muchos dirigentes empresarios se deben estar encendiendo velas para que la taba no caiga al revés. Aunque si
Cristina no es presidenta, ¡qué cosa podría hacerles a cueros tan curtidos una voltereta más!

* Por gentileza de Hugo E. Grim

admin
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