Turing creyó que las máquinas podían pensar

Flavia Tomaello y Héctor Goldin son autores del libro Tan loco como para cambiar el mundo, Ed. Errepar y, a pedido de Portinos, comentan en este artículo los ejes de la obra que presentan por estos días. Libro en el que hablan del evangelio informático de Steve Jobs en la intersección de las humanidades con la tecnología. La obra es un ensayo sobre la visión creativa de Steve Jobs como personaje público de enorme influencia en las generaciones actuales y futuras.

Los orígenes de la computación parecen haber estado en manos de minorías. Mientras una mujer se las ingeniaba para pensar a la tecnología como una alternativa válida para resolver problemas cotidianos, aún cuando no llegara a verla en su realización final, fue un hombre condenado por la ley por su homosexualidad (cuestión que lo llevaría al suicidio) quien ideó la primera computadora teórica.

Curioso es pensar que los creadores puedan ver en sus cabezas lo que los mortales sólo podemos ver en la realidad. Ese paso es el que dio Alan Turing (23 de junio de 1912 en Maida Vale, Londres – 7 de junio de 1954 en Wilmslow, Cheshire), quien a dos años de su muerte se lo calificaría como el padre de la inteligencia artificial, un concepto que aún tardaría décadas en ser experimentado por el hombre común.

Como los estudiosos de la época de Lovelace, Turing era un múltiple sapiente: matemático, científico de la computación, criptógrafo y filósofo. Su diversidad de pensamiento y especialización le permitió concebir una realidad de manera diferente.

Su padre Julius Mathison Turing era miembro del Cuerpo de funcionarios británicos en la India. Durante la infancia de Turing sus padres viajaban constantemente entre el Reino Unido y la India, viéndose obligados a dejar a sus hijos con amigos ingleses. Cuando fue hora de estudiar, lo inscribieron en el colegio St. Michael y su primera docente ya hizo mención de un pensamiento genial en el recién llegado. Su ingreso al internado de Sherborne en Dorset creó el primer mito en torno a su persona -mostrando ya una personalidad que se aplicaría a su forma de pensar posterior-. Su primer día de clase coincidió con una huelga general en Inglaterra, pero la terquedad del adolescente de 14 años no se dejó vencer. Para llegar recorrió más de 60 millas en bicicleta y decidió descansar en una posada. Su aventura fue recogida por la prensa local.

Le tocó luchar contra una serie de preconceptos de su época. En la escuela se topó con que lo valioso para los docentes era el estudio de la literatura clásica y que desalentaban su perfil matemático. Por ello emigró a King’s College, Universidad de Cambridge, donde egresó y se inició como docente. Para 1936, con 24 años, publicó un paper con lo que hoy se conoce como Máquina de Turing. Demostró que dicha máquina era capaz de implementar cualquier problema matemático que pudiera representarse mediante un algoritmo.

¿De qué se trata eso? La imagen más común para definir un algoritmo es una receta de cocina: sus instrucciones seguidas en una secuencia fija llevan a una persona o a una máquina a producir un resultado (por ejemplo una tarta) que es el objetivo buscado por el escritor de la receta.

Al escritor de un algoritmo se lo llama programador, como a Ada en el capítulo anterior.

La cocina tiene la particularidad de contar con indicaciones algo generales, por ejemplo dicen “una pizca de sal”. Para programar una computadora se tendrán dos opciones: o en lugar de “pizca” se le da a la computadora una indicación precisa como “3,87 gramos de sal”, o bien se programa otra receta donde se le explique a la computadora un cálculo que debe usar cada vez que vea la palabra “pizca”. De ese modo el equipo leerá cada vez que vea “pizca” “3,87 gramos”.

Jobs hizo “pensar” a las máquinas

Lo más valioso del modelo teórico que el inglés diseñó y que hoy se conoce como Máquina de Turing, es que era capaz de resolver cualquier algoritmo/receta que otra máquina pudiera resolver o sea que dedujo que todas las computadoras son equivalentes entre sí porque logran el mismo propósito. Sería algo similar a decir que un monopatín, una bicicleta, un auto y un avión son equivalentes porque permiten el transporte. Es interesante cómo logró demostrarlo. Cualquier computadora con un programa almacenado puede estar ejecutando uno diferente que la haga simular ser cualquier otra. Ahí comenzó el concepto de la simulación o emulación, que será crucial en muchísimo de lo que se haga posteriormente. Así, sencillamente se puede decir que es posible hacer que una computadora se comporte como cualquier otra, aunque no a la misma velocidad, porque deberá reinterpretar las instrucciones, pero en el planteo matemático de Turing eso no era significativo. El gran cambio en la forma de pensar la tecnología era detectar que un equipo pudiera hacer lo que hace otro. Partiendo de ese concepto es que desarrolla el de la máquina universal, asumiendo que cualquier computadora (para usar un término más actual) se puede diseñar para que a su vez se pueda construir a partir de otra computadora.

Muchos profesionales simplificaron este resultado y erróneamente consideraron que quería decir que todas las computadoras eran iguales. No habían tenido en cuenta algo que sí había visto Ada, el factor del usuario humano. Hizo falta llegar a Steve Jobs para que el mundo de la informática comprendiera cabalmente la importancia del usuario..

Turing siguió avanzando en su tarea de precursor. Durante la segunda guerra se concentró en el descifrado de mensajes alemanes mediante un sistema llamado Enigma, por el que recibió grandes halagos. Pasada la contienda fue objeto de uno de los más vergonzosos hechos de la política inglesa, equiparable quizás a la tortura de Galileo por la inquisición en el siglo XV. Por su reconocida homosexualidad se lo condenó a recibir hormonas que “paliarían su desvío”. Esto lo llevó al suicidio a principios de los años cincuenta. El reconocimiento del error cometido lo concretó el gobierno inglés hace unos pocos años, siguiendo los pasos del Vaticano con Galileo.

Su tragedia personal no empañó su brillante trabajo. Purgando el castigo publicó su estudio sobre inteligencia artificial, que se conocería como el Test de Turing. La idea es simple: si una persona interactúa con una pantalla, y no puede distinguir si está tratando con una persona o con una computadora, la computadora tiene inteligencia artificial.

 

Epifanio Blanco
4 septiembre, 2013

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