Día Mundial de la Salud: Envenados por los agroquímicos

Presentación del libro Envenenados, una investigación del periodista Patricio Eleisegui que revela la feroz contaminación agroquímica en todo tipo de alimentos que consumimos los argentinos y también del daño que provoca en quienes trabajan en el campo.

El libro tiene una tapa fuerte, me dice Heidi estudiante de ciencias ambientales. El hombre que aparece en la tapa del libro está consumido y con ojos profundamente tristes mira hacia el más allá. Luego lo oiremos hablar y veremos que es un ejemplo de resurrección y lucha.

Estamos en el Centro Cultural Borges. Es el anochecer del miércoles 26 de marzo de 2014 y medio centenar de personas aguarda que comience la presentación. La persona que es tapa del libro entra caminando delante nuestro. Se llama Fabián Tomasi, dice tener 47 años y estar recuperando la vida merced a un tratamiento de medicina alternativa.

Cuanto relata Fabián Tomasi en la mesa de presentación es doloroso, conmovedor. Ha visto morir a familiares, a sus vecinos de Basavilbaso, Entre Ríos. A visto morir a niños de campos cercanos y todo por contaminación de agroquímicos. Su drama comenzó tres décadas atrás, cuando empezó a trabajar como banderillero en la empresa de fumigación aérea.

Los dueños de la empresa están muertos y todos cuantos fueron tomando contacto con los venenos que se arrojaban sobre los campos y sembradíos también están muertos por esta terrible contaminación que los médicos definen vagamente como alergia, cáncer, leucemia. También fue su diagnóstico, cuando lo ingresaron al hospital del lugar.


En el prólogo de este libro intenso, documentado, Fabián Tomasi describe su vida: “En mi trabajo hacían uso de todos los productos que están prohibidos por lo tóxico que son. También gran cantidad de 2,4-D. Se tiraba principalmente en el arroz, porque en esa época la empresa fumigaba sobre arroceras. Muchos de estos productos se traían de contrabando de Uruguay. El mercado negro de plaguicidas es muy importante.”

Cuando la soja pasó a ser el cultivo dominante “empezamos a echar camiones y camiones de glifosato -añade-. Igual es un error cargar contra un solo producto, porque los insecticidas también son potentes y efectivos a la hora de causar malformaciones y cáncer”.

Eso: malformaciones, cáncer y afecciones que se manifiestan como granos, pústulas y males respiratorios graves, fue la constante que Patricio Eleisegui fue notando en su lectura de diarios y blogs de pueblos del interior. Patricio, oriundo de Sierra de la Ventana, en la provincia de Buenos Aires, fue encontrando esas constantes y ello lo impulsó a metodizar sus investigaciones y descubrir que la trama se repetía en cada pueblo, en cada provincia. Fue su afinada intuición periodística lo que lo llevó a investigar y plasmarlo en este libro. Su editor -otro valiente- le dijo: “nos van a tirar con todo…”

Patricio Eleisegui fue descubriendo en ese caminar que el origen de las afecciones crecientes, pero inadvertidas para las grandes urbes -como la ciudad de Buenos Aires- era la contaminación por el uso de pesticidas que no deja sembradío libre de agroquímicos. Solo algunas personas de la urbe, como la enfermera Mercedes Mendez, también en la mesa de presentación, advirtió algo similar al ver como crecía en estos años la llegada al Hospital Garraham de niños enfermos de leucemia, cáncer, por contaminación agroquímica.

Es una historia que nos quieren acostumbrar a oír… y aceptar. Cabe que empecemos a preguntarnos: ¿Por qué la aceptamos? Hay poblaciones donde el tema acucia, hierve en reclamos. Ocurre, además, que los agroquímicos están en nuestras mesas. Si lleváramos nuestra comida al análisis de laboratorio veríamos las trazas de pesticidas. El Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA) también lo reconoce: la verdura que consumimos tiene agroquímicos.

Sino de esta época: hay corporaciones que dominan el planeta e incluso gobiernos, que imponen la contundencia de la renta de 65.000 millones de dólares que pueden proporcionar las cosechas en campos argentinos, versus la salud local y también externa. Un grupo de periodistas franceses visitó hace poco la Argentina y recorrió los lugares donde se desenvuelven luces y sombras de esta trama. Patricio acompañó al contingente y las comprobaciones fueron dramáticas. “Es lo que nos espera”, le confiaron.

También lograron entrevistar -algo que él aún no consiguió- al ministro de Ciencias, quien ante la consulta por las afecciones y malformaciones que sufren las familias agrícolas, habría respondido: ojo, pueden ser por cruza familiar. Ni valen las respuestas de funcionarios y gobernadores aceptando la bondad del glifosato u otros pesticidas que vuelven a arrojarse hoy (luego que la naturaleza parece tener un afortunado poder de resiliencia ante el glifosato), y que estaban en desuso. Pero unos y otros son igualmente tóxicos.

Los gobiernos fijan áreas donde se prohiben las fumigaciones aéreas. Una distancia de 800 metros de zonas pobladas, surgió ante el dramático caso del barrio Urquiza, en el partido santafecino de San Jorge. Luego del fallo judicial que estableció ese límite los estudios sanitarios constataron “una reducción en menores de 14 años del 58% en afecciones conjuntivales, 89 en problemas cutáneos, y 33 en vías aéreas, potencialmente asociadas a irritantes externos. Otros diagnósticos no asociados a estos fenómenos se redujeron en un 17%. En mayores de 15 años las tendencias se conservan”.

La mala noticia en ese panorama ya triste es que un fallo judicial posterior fijó en 500 metros la protección de ese barrio humilde ante las fumigaciones aéreas y el caso se multiplica por cada sembradío de la república. El libro relata el caso de fumigación sobre una escuela primaria de Gualeguaychú, con los niños en pleno recreo y envenenados de una, sin miramientos. El piloto se acercó a la escuela para disculparse e incluso tratar de reparar económicamente el daño. Ironía de la vida, efecto de pesticidas arrojados sobre campos de soja cuyos propietarios están a la cabeza de la lucha contra la contaminación de las pasteras erigidas sobre la costa uruguaya del río Uruguay -el río de los pájaros-.

El libro describe el cuadro, el dolor y la impotencia, pero de allí surge la rebeldía en la voz del más débil o acaso el más fuerte: Fabián Tomasi. “Aquí hay un negocio del que unos viven y otros mueren. No sé de qué lado están ustedes. Digo que somos una sombra del progreso. Eso de ser la panacea del hambre en el mundo, es mentira. Estamos dando de comer a los cerdos de China… Su enumeración es larga y está en el prólogo del libro. No sé de qué lado están ustedes: yo elegí la vida” y en ese hilo la sostiene con dignidad, con maestría en la alta condición humana.

“No soy un ambientalista -dijo- sino un afectado, un sobreviviente por haber nacido en una economía emergente. Soy un espejo de lo que va a pasar. Me pasó a mi por estar en la primera línea; pero les va a pasar a todos. Como le pasó a esa niña de 4 años, Angelina Romero, con cáncer de estómago, a quien vi morir de dolor abrazada a su hermano. Repito: no soy ni un sojero ni un ambientalista. Soy un afectado de esos que no queremos morir…”

Valoramos mucho este libro quienes en los años 60, 70 nos conmovimos con ese libro iluminador que fue Primavera silenciosa, de Rachel Carson, por eso en mi página en Facebook lo califiqué como Otoño silencioso. Por eso quienes por entonces quisimos estudiar ecología -hasta que la Noche de los Bastones Largos terminó con la carrera y la trayectoria de profesores lúcidos-, valoramos mucho este libro de Patricio Eleisegui. Estaba en la sala la periodista Teresa Morresi, quien alumbró a muchos desde el periodismo ambiental. Estaba también la doctora Miryam Gorbán, ejemplo de luchadora y quien al comentar esta obra, subrayó “está en nosotros luchar contra las manifestaciones del capitalismo salvaje que está en miles de productos que nos venden en los supermercados y que debemos dejar de consumir”.

 

 

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Epifanio Blanco
4 abril, 2014