La Ciencia Argentina tiene un Potencial Monstruoso

Por Claudia Mazzeo y Florencia Mangiapane – CyTA –
Instituto Leloir


El doctor Alberto Carlos Frasch, director del Instituto de Investigaciones
Biotecnológicas de la Universidad de San Martín, investigador del CONICET y del Howard Hughes Medical Institute, fue elegido el martes
25 de abril de 2006 miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos por su aporte original a la investigación de las
causas de la enfermedad de Chagas. Es el séptimo argentino que recibe la distinción en la historia de la prestigiosa academia.

-¿Cómo pasó de la odontología a la biología molecular?

Mi padre era odontólogo, mi esposa también lo es, mi cuñada, mi hermano. Tenía que estudiar y me pareció razonable estudiar
odontología. Fui medalla de oro, el mejor odontólogo de esa promoción. Al llegar a tercer año me enfrenté con la realidad, me di
cuenta que los dientes no me gustaban. Decidí continuar y buscar una alternativa, empecé a trabajar en investigación. Me dieron la
oportunidad, en una de las materias básicas, hice mi tesis, soy doctor en odontología, pero ya trabajando en biología.

-¿Sobre qué tema era su tesis?

Efectos de la radiación sobre los epitelios, o sea, lo que le pasa a los epitelios cuando uno los irradia. Desgraciadamente, cuando
empecé esa trayectoria me di cuenta que mi investigación básica era terrible.

-Le faltaban herramientas para la investigación.

No las tenía en lo más mínimo. Cursé medicina hasta tercer año buscando alguna alternativa, y después ya estaba demasiado involucrado
en investigación, así que dejé medicina. Después pasé a la Comisión Nacional de Energía Atómica. Luego busqué desesperadamente una
alternativa para aprender bioquímica, porque pensaba que todo pasaba por la bioquímica, y tuve la suerte de conocerlo al Dr. Andrés
Stoppani y en particular al Dr. Juan José Cazzulo, que trabaja también en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIB), y me
ayudó muchísimo para irme al exterior. En ese momento, año ´80, era el boom de la biología y la genética molecular. Se empezaban a
clonar genes, apareció César Milstein con los anticuerpos monoclonales, toda la gran revolución de la genética o biología molecular.
Logré irme a un lugar donde hacían eso, la Universidad de Ámsterdam. Ahí tuve un profesor bárbaro con el que estuve trabajando un año
y medio. Al principio estaba desesperado, ya que se suponía que yo podía trabajar y no sabía nada. Pero aprendí las técnicas
convencionales y volví a la Argentina. Primero fui a la Facultad de Medicina, después estuve en la Fundación Campomar [n. de r.: hoy
Instituto Leloir], donde Leloir me aceptó. Allí trabajé cerca de 8 años.

-¿En qué grupo trabajó?

Tenía un grupo independiente y empecé a trabajar en enfermedad de Chagas, en Tripanosoma cruzi. En el exterior había trabajado en
biología molecular de los tripanosomas africanos, los que producen la enfermedad del sueño, en un grupo de investigación fantástico,
que estaba empezando a descifrar el mecanismo por el cual ese tripanosoma evade la respuesta inmune.

– ¿Y le sirvió esa experiencia?

Sí, tenía la experiencia en tripanosomas, pero el Trypanosoma cruzi era un problema, es tan complejo como una de nuestras células.
Comenzamos a describir, no sé si con mucha o poca originalidad, pero con suerte, el mecanismo de interacción entre el tripanosoma y el
huésped. El tripanosoma entra en el huésped, soporta todo lo que sea la respuesta inmune, y sobrevive durante años.

-Al igual que los virus, ¿necesita de las células para reproducirse?

No, puede hacerlo en forma independiente, pero aprovecha lo que le ofrece el huésped. Desarrolla una serie de estadios. Tiene estadios
en el insecto vector, la vinchuca, que lo transmite de un mamífero a otro, y también en nuestros propios organismos. La pregunta clave
es qué hace para que el huésped no lo destruya rápidamente y a su vez aprovecharlo para multiplicarse y sobrevivir.

– ¿Y qué descubrieron al respecto?

Esencialmente las moléculas que están en la superficie del Tripanosoma cruzi. Tiene una cubierta de unas moléculas que se llaman
mucinas, que son glicoproteínas. Describimos que tiene como 800 genes para estas mucinas, todos diferentes, lo que le permite al
parásito expresar una cubierta realmente muy variable. Entonces el sistema inmune no sabe qué atacar. Se produce una especie de
distracción inmunológica que le imposibilita a la respuesta inmune ser eficiente en cuanto a sus posibilidades de destruir
específicamente alguna molécula, y así destruir al tripanosoma.

-¿Con eso le alcanza al parásito para vulnerar la defensa?

Con esa cubierta de superficie no le alcanza, necesita azúcares y uno que es central, el ácido siálico, no lo puede sintetizar. Desde
hace un tiempo se sabía que ese azúcar que completa la cubierta protectora lo obtiene del huésped, a través de una enzima que también
la expresa en superficie, la trans-sialidasa. La trans-sialidasa le permite tomar moléculas del huésped, sacarle el ácido siálico y
ponérselo a su propia cubierta.

-¿Por eso necesita al huésped?

No, puede crecer independientemente de la existencia de un huésped. Necesita ese ácido siálico cuando está en el huésped, porque ese
azúcar le permite evitar también la respuesta inmune, es un segundo sistema de defensa. Lo que estudiamos mucho fue la
trans-sialidasa, sus mecanismos, cómo actuaba. Colaboramos con un grupo en el Pasteur, en París, para estudiar la estructura
tridimensional. Ahora tenemos un concepto global de cómo es la superficie del parásito y cómo se protege.

-¿Qué preguntas buscan responder actualmente?

Cómo podemos hacer para que el parásito quede de alguna forma desnudo, y sea fácilmente destruido por el sistema inmunológico. La
primera idea es desarrollar alguna droga que le impida, por ejemplo, adquirir ácido siálico. En este momento es nuestro blanco
central. Encontramos las primeras drogas que permiten inhibir la enzima. Cuando uno hace eso, al tripanosoma le cuesta infectar y le
cuesta protegerse. La droga no es lo suficientemente buena, pero sabemos que estamos en el camino.

– ¿Qué otro desarrollo hicieron en relación al Tripanosoma cruzi?

Nuestro grupo fue el que coordinó, para la Organización Mundial de la Salud (OMS), las etapas iniciales del proyecto genoma del
Tripanosoma cruzi, que terminó hace poco y fue desarrollado en Suecia y en los Estados Unidos.

-¿Cuántos grupos hay en el mundo investigando Chagas?

La mayoría de la investigación del Chagas se hizo en América del Sur. En Brasil hay cientos de grupos investigando. En Argentina hay
un instituto dedicado al tema que es el Instituto Nacional de Parasitología “Dr. Mario Fatala Chaben”. Y hay otros grupos en Córdoba.
Serán entre 20 y 30 grupos locales que investigan este tema.

– ¿Por qué casi todos los grupos son de América del sur?

Chagas es una enfermedad que abarca en esencia desde México hacia el sur hasta Buenos Aires y Santiago de Chile. Porque la vinchuca
está en las zonas templadas y sin vinchuca no hay forma de transmitir el tripanosoma. Hay Chagas en los Estados Unidos y recientemente
se encontraron con casos en España, por transfusiones de sangre de inmigrantes. En Estados Unidos es un problema serio, los
principales donantes son centroamericanos, porque pagan la sangre, y allá no tienen sistemas de diagnóstico perfectos lo que genera un
problema serio en los Bancos de Sangre. Y aparece también en España. Pero se estiman unas 15 millones de personas infectadas desde
México hasta Bs. As. y Santiago de Chile. La gran mayoría de esas personas convive con el parásito durante años sin ninguna patología.
Y en la etapa crónica, que se extiende entre 10 a 20 años, algunos desarrollan alteraciones, esencialmente cardíacas y del aparato
digestivo. En la Argentina no hay números exactos, pero se estima que entre el 5 y el 10 por ciento de la población está infectada,
aproximadamente dos millones de personas.

– ¿Hicieron algún trabajo vinculado al tema de la detección en la sangre?

Como consecuencia del análisis de moléculas de superficie que realizamos, nuestro grupo desarrolló los primeros kits de detección con
antígenos recombinantes, para detectar la enfermedad de Chagas en Bancos de Sangre. Identificamos los primeros antígenos para la
detección de infecciones congénitas en recién nacidos, ya que también hay transmisión transplacentaria del tripanosoma. Es un trabajo
que publicamos hace muchos años en Proceedings of the National Academy of Science, y fue publicado por César Milstein, que además de
Premio Nóbel fue miembro de esa academia de ciencias de los Estados Unidos.

-¿Está trabajando en algún otro tema de investigación?

Hace cinco años empezamos con un tema totalmente nuevo y diferente. Siempre quise trabajar el sistema nervioso, el estrés crónico. La
pregunta es qué pasa en el cerebro de dos individuos cuando, ante la misma situación, uno silba y el otro se deprime. Uno ve todos los
días cómo a la parada del colectivo, a las 7 de la mañana, llegan algunos individuos cansados y deprimidos, y otros felices y
contentos. Es porque están sometidos a estrés, algunos lo pueden sobrellevar y otros no. Para investigar esto desarrollamos
paradigmas en animales, esencialmente el modelo de dominante y subordinado. Es el segundo gran tema que tenemos en el grupo, estrés
crónico y su relación con la depresión.

-¿Influye esta línea de investigación en la distinción que recibió ayer de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos?

Ayudó bastante, pero la distinción es esencialmente por nuestro trabajo en Chagas. Mi grupo es bastante grande y tiene desde
investigadores hasta becarios que están haciendo su tesis y son brillantes. Lo bueno que hice es saber elegir a la gente. Gente
brillante y que posibilitó desarrollar todas estas líneas mientras realizaba su tesis. Entre 12 y 14 personas, muchos de los cuales
terminaron su tesis y están en el exterior. Sigo en contacto con ellos a nivel personal, pero a nive

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