La jardinera misteriosa…

¡¿Quién será la jardinera misteriosa?! Quién otra sino la riquísima madre naturaleza que estas mañanas de marzo regala frente a los ventanales de Portinos este comenzar verde y naranja. Whatsappeé estas escenas a una familiar en el extremo norte, donde por estos días de coronavirus, el invierno mantiene a la mayoría tras los ventanales. Y ella me dijo: Ideal para tener debajo una confitería con techo de cristal para que la naturaleza se filtre desde el cielo hasta el pocillo de café.


Uno podría estirar la mano y llevarse a la boca un fruto de mburucuyá (esa sonoridad guaraní que en las heladerías rebautizaron como maracuyá y que responde al nombre científico de Passiflora edulis). Lo cierto es que las flores de esa perfección insólita están abigarradas y esbeltas en estos días iniciales de marzo. Estamos en Carlos Calvo 954, en un costado dormido de San Telmo, un barrio con mucha historia donde ya no quedan pulmones de manzana (salvo en los pocos edificios próximos a ser víctimas de la piqueta) y sin embargo la naturaleza exhibe todo su atrevimiento.

Tengo un mensaje indiscreto para pasarles, mburucuyá significa en guaraní: criadero de insectos (incluí en ellos todos los que gustes, desde moscas a tábanos, tatadios y mangangás zumbadores). Pero San Telmo yergue, además de esas flores, antiguas cúpulas y altos ejemplares de palta -frutos también llamados aguacate- o siguiendo la preceptiva del sueco Carlos Linneo: Persea americana. Y tengo una anécdota para contarles acerca del aguacate o cercanas paltas. En el terreno original de esta torre de 8 pisos que eleva nuestro edificio EDARU (buen apócope para la sociedad de Enrique, Daniel y Ruben, los tres contadores dueños) hubo casa, patio y fondo con grandes árboles.

La anécdota me la refirió Luis Benitez, el sereno que hace poco se fue de viaje eterno a su Gualeguay natal para poder pescar a gusto y soñar con meter todos los goles que otro 9, en Boca, le birló en la vida. Luis Benitez vivía al lado de este edificio. Trabajaba en la carrocería de ómnibus La Favorita y cada atardecer tipo 6 de la tarde volvía a su vivienda -sí, la última que ustedes ven cuando se asoman al fondo y miran hacia las cocheras-.

Luis me contó que él mismo fue quien puso esas chapas de zinc tan parejitas. Era la época en que no había ni EDARU y por ende ni cochera, sino un gran fondo de casa colonial. Y sobre ese lado donde hoy Nico, Eze, Leo, Maga o Meli dejan sus autos, motos y bici reinaba esbelta la Persea americana. Mejor dicho dos y altísimas, amén de otras acaso no tan notorias o si, como un cedro y enredaderas compitiendo entre sí. Pienso en las morning glory, en las mburucuyá y hasta en las guías de calabaza que cuando pueden se elevan para espiar al vecindario…

Luis Benitez era un poeta (aunque nadie se lo haya dicho) y sabía contar que ese espacio era un aeropuerto de pájaros porque tanto verde juntaba a cientos de aves y a esa hora en que él volvía de La Favorita, la competencia era entre aleteos y trinos sostenidos. Una algarabía donde se comentaba el día, se distribuían las ramas para pernoctar y finalmente se rendía culto a la noche. Ese estruendo solo era superado por el golpe espaciado de las paltas que Newton atraía en el momento menos esperado y retumbaba en las chapas… sí esas mismas chapas que ahora ves sobre la derecha.

Hasta esa tarde en que volvió y algo resultaba extraño -contaba Luis Benitez- pero no alcanzaba a definirlo. Era algo en el aire… Era verano y el calor lo hizo irse rápido a la ducha y mientras caía la tarde sintió que afuera el estruendo era uno y creciente. Y no era la alegría del crepúsculo de los pájaros sino una protesta que subía en tono y quejido. Salí a mirar don Epi -me dijo- porque era algo que nunca había oido así y ahí advertí el gran claro. Ya no había árboles y cientos de pájaros estaban todos alineados, uno pegadito al otro y tronando en la pared opuesta (sí esa de Mariposita donde los turistas vienen por clases de tango, esa pared semioculta hoy por la enredadera perenne). Partía el alma!!!

El verano 19/20 da sus últimas hurras y los días son espléndidos, bien azules, pocas nubes. Ideales para personas como Gise y Cristian ahora de veraneo en la costa. O como Maga que pronto irá a por la cultura que los incas elevaron hasta Machu Pichu. Y por aquí no puedo dejar de sentir la energía del vecindario que entra a mi ventana cuando miro al noreste o cuando voy al otro extremo, a pispear aquello que fue el reino de las grandes perseas y los cedros; ese aeropuerto de pájaros cerrado una tarde de un verano lejano.

Cuando creamos Portinos -y pronto se cumplirá una década- pensamos que los ambientes debían tener la belleza de nuestros sueños. Ser confortables y acogedores como lo es en espacios y colores; en hábitos y provistas. En cuadros y pinceladas. Un espacio que fuimos haciendo entre todos y donde el naranja sí que fue una elección por su vibración, su buena energía y el color que abraza. Acaso por eso la jardinera misteriosa de estos días insiste regalándonos la flor de la pasión (los jesuitas bautizaron así al mburucuyá) y sus frutos naranja.

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Epifanio Blanco
4 marzo, 2020

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