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En el verano del ´84 un colega de la agencia Reuter me dio una lección ejemplar de vida tecnológica demostrándome cómo las computadoras serían herramientas esenciales del periodismo.
Era enero y los presidentes de la Argentina, Raúl Alfonsín, y del Perú, Alan García, encabezaban en Huarangal, en las cercanías de Lima, la puesta en marcha de un reactor de investigación y desarrollo y producción de radioisótopos para medicina nuclear, provisto por la comisión de energía atómica argentina.
Solo ambos mandatarios y sus comitivas se guarecían por un toldo del sol que caía como piedra ese mediodía. Los periodistas estábamos congregados enfrente, aprontando papel y lápiz para apuntar lo que dijeran García y Alfonsín. Fue entonces cuando el colega de la agencia inglesa comenzó a iluminarme el camino.
A despecho del sol fue hacia el palco y a mitad del camino se sentó en posición de loto y durante todo el acto solo vi sus brazos moviéndose levemente. Solitario y de espaldas a mi yo no entendía que hacìan sus manos en el regazo. Y cuando ambos presidentes terminaron de hablar todos corrimos hacia dos teléfonos que había a cien metros de distancia.
Mejor dicho: corrí; mientras que al inglés le bastaron unos trancos rápidos y llegó, lógicamente, antes que yo. Y allí comencé a descubrir su secreto. colocó una cajita negra en la mesa y le bastó apoyar luego el telefono, apretar una tecla y san se acabó: había mandado su crónica a la central de Reuter y en segundos su texto estaba dando vuelta al mundo.
A mi me aguardaban cinco minutos de teléfono con un camino por entonces tortuoso en materia de telecomunicaciones. Llamé a La Razón, en Buenos Aires -diario para que el trabajé 15 años-. Pedí a la telefonista que me pasara con mi colega Nerio Quiñones que tomaría nota de mis frases y luego ensamblaría el texto para la 6ta edición.
Después corrí hasta la sala en el centro atómico donde estaban congregados directivos, expertos y periodistas y pedí al colega de Reuter que me explicara qué era esa maquinita.
Cordial y ceremonioso como buen inglés empleó pocas palabras para explicarme. Abrió su bolso, sacó una Tandy 100 y el modem de acople que usó para transmitir via teléfono. En esa caja negra cabían unas cien notas, según me dijo.
No fue más que volver a Buenos Airs ir al escritorio del director, Don Félix Laiño, y decirle: Maestro (en el sentido reverencial del término, no en el del confianzudo peyorativo) tenemos que incorporar computadoras para los viajes. Y le conté mi experiencia limeña. Y me alentó a que investigara más y eso hice.
Les cuento: aquella Tandy que fabricaba por entonces la compañía japonesa Kyocera para tres firmas en el mundo: NEC, Olivetti y Tandy -con distintas carcasas cada una-, tenía sistema operativo DOS 2.0 -escrito por el mismísimo Bill Gates- y memoria de apenas 8 Kb. Y allí cabían cien crónicas ¡qué más podía pedir un periodista de esos días!!!
Y como la memoria es madre de la memoria, cuando este martes asistí a un encuentro en que Kingston conto cuán bien les va en sus ventas latinoamericanas de bancos de memoria RAM y módulos Flash, hubo un dato al pasar dicho por jean Pierre Cecillon e Isabel Vermal: crecimos en todos los países pero Perú es donde sorprendentemente más vendimos…
Perú, donde Alan García es nuevamente presidente. Perú esa geografía marrón y sin árboles donde me crucé con la primer portátil que tuve en mis manos. Esa notebook que tenía ya todas los paradigmas del presente y esa ínfima memoria, tan dúctil sin embargo.
Era imposible pensar entonces que ese chip se potenciaría a la millonésima. Y acaso sea imposible comprender hoy que toda la capacidad de cálculo usada para las misiones Apolo está en el celular que llevamos encima. Que un computador es un dedal disimulado en mi Palm, en mi reloj pulsera…
Y, sobremanear, cuánto me gustaría imaginar el salto exponencial de la próxima semana, no digo el próximo mes, el próximo año. Y justamente por eso en Portinos estamos cada día oteando el horizonte y viendo qué sorpresa nos depara la ciencia y la tecnología y cuál la aplicación en la vida cotidiana.
Hay algo de todo ello en cada entrega y también del placer de hacerlo en una ronda de la más bella ceremonia de encuentro creada por el hombre, sobremanera por el cercano ancestro guaraní: el mate. Gracias. Epifanio Blanco.
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