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Escribe Bruno Geller – Agencia CyTA – Instituto Leloir
Científicos argentinos confirman que entre 145 y 65 millones de años atrás vivían
especies de climas cálidos en los mares que cubrían Mendoza y Neuquén y partes de La Pampa y Río Negro. Las conclusiones surgen de un
trabajo centrado en restos fósiles de un molusco bivalvo que habitó esos mares. El estudio de esa especie permite entender el
desarrollo de las comunidades marinas de aquel entonces.
Desde el período geológico del Triásico tardío hasta fines del Cretácico temprano, entre 200 y 125 millones de años atrás
aproximadamente, Mendoza, Neuquén y partes de La Pampa y Río Negro, estaban cubiertas por una lengua marina proveniente del Océano
Pacífico.
Esos mares, que se conectaban a través de una serie de islas volcánicas con el Océano Pacífico, se establecieron en tiempos previos a
la formación de los Andes. En las orillas y en las profundidades de ese golfo conocido como “Cuenca Neuquina” se desarrollaba una
abundante vida marina, que hoy en día es posible imaginar gracias al estudio de los restos fósiles e indicios geológicos.
Darío G. Lazo, licenciado en ciencias biológicas y doctor en ciencias geológicas de la UBA e investigador del Conicet, se cuenta entre
los especialistas que se dedican a averiguar cómo era ese fascinante mundo. Desde hace más de siete años investiga, cual forense del
pasado, cómo era la vida de las faunas cretácicas marinas de Argentina, en particular de Mendoza y de Neuquén.
Recientemente la revista científica internacional Acta Palaeontológica Polonica publicó un trabajo de este investigador que se centró
en el estudio de una especie de molusco bivalvo conocido como Pholadomya gigantea. Los resultados del trabajo amplían el conocimiento
de la fauna que habitó los mares cretácicos que cubrían parte del territorio de lo que hoy es la Argentina.
“Pholadomya gigantea pertenece a un grupo de moluscos denominados bivalvos, que se caracterizan por presentar una conchilla externa
dividida en dos mitades o valvas. Debido a su naturaleza calcárea esta conchilla es muy resistente y, por lo tanto, es muy común que
estos bivalvos se conviertan en fósiles. La mencionada especie tuvo una distribución casi cosmopolita durante el período Cretácico
habitando los mares de diversas partes del mundo, lo cual llamó la atención de los especialistas desde fines del siglo XIX”, afirma
Lazo quien trabaja en el area de paleontología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Según el experto, la amplia distribución de esta especie puede ser explicada a través de su desarrollo embriológico: “Los bivalvos
poseen estadios larvales previos al desarrollo del adulto. Dichas larvas pueden habitar en los océanos junto a organismos planctónicos
por un tiempo determinado. Estas larvas al vivir flotando en el agua son pasibles de ser transportadas por corrientes oceánicas y, por
lo tanto, pueden establecerse en distintos mares del mundo”, aclara.
En la actualidad existe una especie emparentada con la fósil y que se denomina Pholadomya candida, último resabio de un importante
linaje de bivalvos marinos que se registran desde fines de la Era Paleozoica, hace unos 350 millones de años. La especie actual,
considerada un ‘fósil viviente’, es sumamente rara y parecía extinguida, pero hace unos pocos años se han encontrado algunas
conchillas en playas colombianas y por eso se presume que aún sigue existiendo en el Mar Caribe.
El estudio de los restos de Pholadomya gigantea y la presencia de Pholadomya candida “permiten confirmar que a Mendoza y a Neuquén
llegaban especies de afinidades mediterráneas. Por lo tanto, las comunidades de fondo marino del cretácico de esa región se asemejan a
aquellas de climas cálidos y no de climas fríos”, señala Lazo.
El hogar de Pholadomya gigantea
“En nuestro país existen restos fósiles de Pholadomya gigantea en rocas cretácicas de Mendoza y Neuquén cuya edad oscila alrededor de
los 130 millones de años. En aquel entonces estas provincias estaban cubiertas por una lengua marina proveniente del Océano Pacífico,
las cuales formaban un extenso golfo, pero de aguas muy poco profundas”, puntualiza Lazo.
Esas aguas marinas eran mucho más cálidas que las que bañan las costas de Chile en la actualidad, ya que en ese momento no existían
las corrientes frías antárticas provenientes del sur. Debido a estas elevadas temperaturas del agua fue posible el intercambio de
faunas de invertebrados y vertebrados con zonas más ecuatoriales, como el Mar Caribe y el Mediterráneo.
“Dentro de los invertebrados se destacaban arrecifes de corales, arrecifes de ostras y arrecifes de serpúlidos, un tipo de gusanos.
Asociados a dichos arrecifes habitaba una gran variedad de organismos como los amonites y nautílidos (primos de los pulpos y
calamares), caracoles de distinto tipo, ‘almejas’, ‘mejillones’, erizos, estrellas y langostas marinas”, señala Lazo y agrega: “Dentro
de los vertebrados sobresalían los reptiles marinos, como los plesiosaurios e ictiosaurios, y los peces, que conformaban el eslabón
último de las cadenas alimentarias jugando el rol de predadores”.
Sobre la base del estudio de las rocas que contienen los restos fósiles de Pholadomya gigantea es posible inferir su hábitat
preferido. “Los resultados nos indican que esta especie habitaba zonas de muy baja profundidad donde los fondos eran arenosos con un
alto porcentaje de conchillas y de salinidad marina normal. Sobre estos fondos este bivalvo cavaba y se enterraba para adquirir una
vida sedentaria dentro de una cueva. Allí se alimentaba de partículas suspendidas en el agua a la vez que utilizaba el oxígeno
disuelto en el agua para la respiración”, explica Lazo.
El especialista destaca que desde hace 230 millones de años este grupo de moluscos bivalvos ha mantenido el mismo modo de vida. “Esto
se relaciona con una estabilidad evolutiva sin cambios marcados en su plan corporal”, concluye el experto, cuyo trabajo no sólo
permite comprender el pasado de la vida prehistórica en el país, sino también cómo ésta evolucionó hasta nuestros días.
Geología, Paleontología y Petróleo
Agencia CyTA – Instituto Leloir
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