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Seguir leyendo //Está en línea Clementina, el documental sobre la llegada, instalación y funcionamiento -en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA- de la supercomputadora comprada en Inglaterra y cuya existencia dio origen al Instituto de Cálculo en esa institución.
El documental está accesible desde el portal CDA (Contenidos Digitales Abiertos) que funciona desde el telepuerto de ARSAT – http://cda.gob.ar/serie/294/capitulos/clementina – en el marco del naciente sistema de la Televisión Digital Argentina
Clementina fue semillero de físicos y matemáticos que centraron su atención en desarrollar conocimientos de aplicación local en la naciente disciplina de la informática, y un hasta entonces impensado impulso a la carrera de Ciencias de la Computación, de la cual la UBA fue pionera a nivel mundial en los años ’60.
El Instituto de Cálculo aportó soluciones y desarrollos que se incorporaron en la industria local, en cuyo aporte Clementina fue un instrumento central, tanto para la generación de dichos conocimientos como para la formación de técnicos especializados en la incipiente ciencia de la computación.
Clementina contó con la dirección Nicolás Avruj, dura 27 minutos, e incluye tramos documentales y testimonios de quienes participaron de aquel proyecto. El documental fue realizado como parte del capítulo Nosotros, dentro del Plan de Fomento del cine nacional, que emite CDA.
Aunque fue corta la vida de Clementina, afortunadamente están entre nosotros varios de los protagonistas de esa maravillosa historia. Nombres como Jonas Paiuk, Hugo Scolnik, y también de otros seres, entre quienes operaron el equipo gigantesco de aquella primera computadora llegada a la Argentina.
Era un ingenio de más de 10.000 válvulas y 5000 diodos. En funcionamiento consumía 68 kilovatios y entregaba los resultados en una cinta perforada de puntos, que otra máquina volcaba a lenguaje escrito. El equipo tenía 18 metros de largo y ocupaba una sala especialmente construida en la Facultad, que requería aire acondicionado.
Con alguna resistencia del doctor Bernardo Houssay, por el monto de la operación, la compra se dispuso en noviembre de 1957 y costó $ 152.099,15.
Fue así que medio siglo atrás la computadora Clementina comenzó a construir una maravillosa historia y en torno suyo se formó la masa crítica que dio inicio a la era informática argentina. Fue obra de talentos en el campo de la investigación y la pedagogía, a partir de seres como Manuel Sadosky, Rolando García y Humberto Ciancaglini, entre otros.
En 1960 este cronista tenía 13 años, cursaba el tercer año de un bachillerato humanista que se daba en un colegio de nuevo tipo que un grupo de profesores creó en cooperativa, el Instituto Banfield. Fue una avanzada que seis años después el dictador Juan Carlos Ongania cerró y en esas aulas que construyeron padres y profesores hoy funciona un tribunal penal.
Pocos se enteraron de ese episodio, apenas el centenar de alumnos que habíamos egresado ya en tres camadas de ese colegio tan innovador, tan alentador del emprendedurismo y de la responsabilidad creadora y obvio, los cientos de chicos que perdieron sus años de clase. ¡¿Quien podría asombrarse de ese cierre si en julio de ese mismo año había colapsado nada menos que Clementina?
Entre los cientos de profesores que renunciaron a Exactas en el amanecer que siguió a la Noche de los Bastones Largos -29 de julio de 1966-, en que el dictador Juan Carlos Onganía, arrasó a palos y culatazos la autonomía universitaria, estaba también una docente de esa cooperativa de profesores que en Banfield, trataba de formar una nueva argentina.
Entre esos profesores tenaces y apasionados estaba, Susana Fernández, que formaba parte del proyecto. Ella nos daba matemática en Banfield. Ella había llevado una mañana del invierno de 1960 al curso de tercer año que yo integraba a contemplar la computadora Clementina. Aquel impacto y lo que podía hacerse con ello aún me maravilla y motiva.
Fue parte de lo que en 1984, ya como periodista en el diario La Razón, me hizo mirar con atención el naciente mundo de la computación personal y comenzar a editar la primer publicación de masas sobre computadoras. Es una mirada que trato de extender hasta aquí y que me hace recomendar cálidamente este documental.
Es parte de lo que cada mes me concita en torno a Fundación Clementina, y sus reuniones periódicas para escuchar cuanto opina qué hay que hacer y cómo, un medio de centenar de emprendedores y constructores del mundo digital argentino. Entre ellos están precisamente Jonas Paiuk y Hugo Scolnik, nada menos.
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