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Seguir leyendo //Paulatinamente cambia la mirada sobre el reactor nuclear CAREM 100% argentino: “Si afuera apostaron a que no lo hacíamos, no los culpo. Pero se van a dar una sorpresa”, gruñía, feliz, “Pepe” Boado Magan, gerente de este proyecto en la CNEA hasta febrero de 2012, con los brazos en jarras en medio de un ir y venir de camiones y retroexcavadoras. Polvareda incluída, el ambiente empezaba, de a poco, a tomar ese aspecto de caos organizado de las obras de ingeniería.
Desde entonces hubo cambios institucionales. Hoy el proyecto tiene su propia Gerencia de Área, algo que dentro del organigrama de la CNEA es el equivalente de pasar de Secretaría a Ministerio en el tótem del estado federal. Boado se jubiló y el nuevo gerente es Osvaldo Calzetta Larrieu. El equipo humano, que comenzó en 2008 con 11 especialistas, hoy cuenta con 150, a los que se suman otros 150 de otras gerencias. El organigrama de obra supone que la primera carga de combustible empieza en 2016.
El segundo CAREM, a construirse en Formosa, tal vez llegue a 150 megavatios (el consumo de 600.000 argentinos) y arroje luz sobre cuál será la potencia ideal para la fabricación en serie. La filosofía de seguridad pasiva (el núcleo debe refrigerarse solo, sin bombas de agua) impone límites de tamaño que habrá que investigar. Pero después del accidente de Fukushima, hay un nuevo mercado mundial capaz de aceptar esos límites e incluso desearlos.
“Aquí en casa”, el CAREM no mejorará mucho la oferta global eléctrica. No es su propósito. Por el contrario, con el tendido de una línea de alta tensión a 2,5 millones de dólares por kilómetro, está pensado para resolver problemas locales en sitios aislados, crear “oasis energéticos”. Eso puede ser darle potencia a un proyecto minero, o a una planta desalinizadora de agua, o proveer vapor un proyecto industrial.
Sin embargo, el mundo está lleno de desiertos que piden “oasis energéticos”, y si el CAREM logra exportarse, aunque no cambie nuestra matriz energética, ruinosamente dependiente de los hidrocarburos, sí puede cambiar nuestro perfil de país. Puede lograr lo que hizo la fábrica aeronáutica brasileña EMBRAER a mediados de los ’80, cuando se volvió un proveedor mundial. Hoy nuestro socio principal en el Mercosur todavía obtiene la mayor parte de sus ganancias vendiendo materias primas, pero al ser el tercer fabricante de aviones del planeta cambió de categoría, es un BRIC, un emergente tecnológico avanzado con una soberanía impresionante para tomar decisiones.
Hay –en la modesta opinión de quien firma- sólo dos o tres proyectos tecnológicos con los que la Argentina puede seguir un camino parecido. Uno de ellos es CAREM. Si dentro de una década o más empiezan a llegar pedidos, el Programa Nuclear deberá generar y capacitar a nuevos proveedores, obligará a las universidades a reclutar ingenieros, físicos, químicos y matemáticos y a especializarlos, se abrirán miles de puestos de trabajo industrial muy calificado, y el país será otro. Y mejor. Aunque siga exportando mayormente soja.
El CAREM no es una joya de la abuela: es de los nietos. Como dijo otro prócer de la CNEA, el ya jubilado Carlos Aráoz, “El negocio nuclear es de tecnología. No pasa por iluminar lamparitas, sino empresas y cerebros”.
Hay cerebros que así lo entienden.
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