Sí, hoy también es un gran día. Como cada mañana: tengo de inicio una ronda de mates con Blanca. Luego tomaré
un avión para estar a horario en Managua. Allí almorzaré con Gioconda Belli y hablaremos de Waslala y de La mujer habitada.
Más tarde iré a La Sebastiana, porque Pablo nos
aguarda con Matilde, para deleitarse con nuestra ceremonia ritual de la amistad.
Nos tomaremos allí otra foto, como cuando cuatro décadas atrás, el crepúsculo pegaba sus últimos relumbros en la bahía de
Valparaíso…
En este día tengo incluso un espacio para matear con Joaquín Sabina que prometió contarme porqué escribió Ay rocío… y oirle hablar
con desenfado. Y aún más, tengo el deleite del humor
de Adriana M, que siempre le escribe a Blanca cartas oportunas.
En este día le canto a esa Secreta Mujer por la
que Galeano, Serrat y yo perdemos el sueño en las noches… Esa secreta mujer que respira en mi costado mientras velo su sueño. Esa
mujer con quien estoy embarcado en un viaje interminable.
Es delicioso después de tanto viaje volver al puerto de aguas profundas de nuestro hogar. El puerto en el que miro a Blanca a través
de un plato humeante en la mesa. Contenido nuestro anhelo en un vaso de agua, en una copa de vino. Un isntante de adorada
cotidianeidad con mi Secreta Mujer, mientras en la pantalla la teniente Jane Tennison mira nuestra intimidad de la cena.