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Seguir leyendo //Desde 1984, la Argentina –en general a través de INVAP- le vendió reactores a Perú, a Argelia, a Egipto y Australia. Siempre por calidad de oferta, jamás por precio, en general logró demoler a la competencia canadiense, francesa, japonesa, coreana, rusa y estadounidense, los dueños reales del mercado nuclear. En 2009 les ganó de nuevo “en cancha de ellos” cuando se llevó la licitación del reactor Pallas en Holanda, pero justo a tiempo para que el gobierno holandés se quedara sin dinero para la obra.
Lejos de tanta gloria, de fronteras para adentro, olvidada u hostigada por muy distintos y sucesivos gobiernos entre 1982 y 2005, la institución madre, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), moría en una Siberia de obras paradas “ad aeternum” y elencos humanos que se iban desintegrando de puro viejos, sin reposición. Su obra emblemática de esta época fue la central Atucha II, de 750 megavatios, diseñada por la Siemens de Alemania y que será completada por Nucleoeléctrica Argentina SA (NA-SA) , con veinticuatro años de demora y por suerte, sin los alemanes (que se auto-eliminaron del escenario nuclear mundial).
En este cuadro, la construcción del CAREM es un milagro de tercer grado, porque desde su presentación en congresos en 1984, la idea soportó un ninguneo triple: por un lado, la mayor ola de indiferencia colectiva de la clase política argentina hacia el conocimiento complejo, por otro, la hostilidad post-Chernobyl de buena parte de los partidos políticos argentinos hacia lo atómico en particular, y por último, el escepticismo aún más específico de los gurués energéticos ochentistas y noventistas hacia las centrales chicas (primer pecado) y que tuviera que construir y administrar el estado (segundo pecado, y mucho mayor).
¿Hay alguna gloria en el tamaño pequeño? Puede haberla, si se demuestra que la tecnología funciona.
¿Y cuán pequeño es el CAREM? Si se sumaran las capacidades instaladas de ambas Atuchas más la de la central nuclear cordobesa de Embalse, y ninguna de ellas es un planta considerada “grande”, entre las tres podrían iluminar a casi 7 millones de Argentinos, mientras que el pequeño CAREM 25 abastecerá a sólo 100 mil.
Y aquí está el desafío intelectual: el CAREM no vino a resolver ninguna crisis energética, el menos en la Argentina. Está para otra cosa: será el “showroom” global argentino en un asunto que se está poniendo de moda: las nucleares con “seguridad inherente”. La Argentina pudo convertirse en exportador mundial de reactores sólo cuando construyó el modesto RA-6, de Bariloche. Fue sólo entonces que algunos países chicos lo examinaron de arriba abajo, y a la hora de licitar, y en vista de lo que ofrecía la competencia, nos dijeron “¡Quiero!”. Y luego siguieron países grandes.
A partir de 2015 y con el CAREM en línea, empieza la movida nacional para exportar centrales. El “viento de cola” para zarpar, recesión y todo, lo pone el planeta. Y es que por un número de causas más poderosas que las meramente financieras. La más importante es que 7000 millones de humanos hoy quedaron atrapados entre la espada del recalentamiento global y la pared del agotamiento del petróleo barato.
En este escenario, incluso con la economía mundial frenándose, las minicentrales nucleares son “hot” porque prometen inyectar electricidad libre de carbono en lugares aislados, y con precios inferiores y mayores niveles de seguridad que la de la planta tipo PWR típica de hoy. Se organizan congresos internacionales al respecto, y Rusia ya construyó una flotante, el barco Lermontov, de 100 megavatios, para dar potencia a costas remotas. Y va por once barcos-central más.
Links: CAREM
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