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Seguir leyendo //¿Entonces lo “guau” del Tronador es la tecnología de propulsión? Lo lamento, compatriotas, pero estamos tratando de llegar adonde aquellos con quienes aspiramos a competir andaban en los años ’50 y ‘60. Lo “guau” del Tronador es el control finísimo de esa tecnología en las maniobras finales de la inyección de la carga útil.
En los años ’70, cuando la extinta (por Carlos Menem) Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) desarrollaba el misil Cóndor II, ya éramos zorros viejos en cohetería propulsada por combustible sólido, con la serie Alfa, Beta y Gamma Centauro, luego la Orión 1 y 2, seguida por el Canopus, el Rigel, el Cástor y luego los Cóndor 1 y 2. Hasta el Cástor, la CNIE era un pariente pobre de la Fuerza Aérea Argentina, más dedicada a operar sus aviones intra-atmosféricos que a cohetes de investigación de la alta atmósfera, pero siempre interesada en aprender sobre combustibles sólidos: después de todo, son los que usa todo misil. Soportan vibraciones y choques, no son líquidos corrosivos o gases licuados que hay que manejar con cuidado. Y a toque de botón, se disparan.
Una de las causas por las que Saddam Hussein en 1991 no pudo hacer mayor daño con sus viejos misiles Scud soviéticos era que la aviación estadounidense los localizaba y “embocaba” en tierra, aunque se hubieran dispersado en camión por los desiertos iraquíes, en las dos horas en que se tarda en cargarlos de propergoles. ¿Y qué son los propergoles? Líquidos de propulsión de cohete almacenables a temperatura ambiente, que no necesitan de bombas para circular (fluyen a la cámara de combustión por presurización del tanque) y reaccionan entre sí por contacto (no necesitan bujías o pendorchos similares para su encendido).
Si los comparamos en términos militares, los propergoles son un desastre, por lo corrosivos y tóxicos. Uno no los puede dejar almacenados en un cohete e irse a dormir tranquilo. En 1978, un misil nuclear Titán II apuntado hacia algún lugar de la URSS estalló en su silo blindado subterráneo, cuando a un trabajador de mantenimiento se le cayó una llave inglesa. Perforó la delgadísima piel de aluminio del cohete, rompió alguna cañería o tanque y bum. La cabeza nuclear voló unos centenares de metros por el aire y aterrizó intacta, obviamente sin estallar ya que no había sido programada para hacerlo. Punto a favor para la cohetería sólida.
Sí, por supuesto, el combustible sólido da dos opciones: apagado y prendido. Una vez encendido, el “grano” (como se llama a la barra hueca de goma con óxido de aluminio que forma el motor) se quema hasta el final, siempre a la misma velocidad. Para maniobras finas, un cohete sólido es el equivalente de un palo de golf en neurocirugía. Pero cualquier militar sabe que es más redituable destruir un objetivo con una salva de muchos misiles sólidos, baratos y fáciles de estoquear, ocultar y transportar, que con uno solo de combustible líquido, aunque con éste la combustión –al depender de válvulas de paso- se pueda prender, apagar, reencender y graduar.
De hecho, el único misil propergólico que hizo historia fue la bomba voladora alemana V2, tan propensa a estallar durante el despegue que dejó 7500 víctimas fatales en Inglaterra, y 12.500 en Alemania, básicamente trabajadores esclavos que para el régimen nazi no contaban ni como “daño colateral”.
De todos modos, para buena parte de los países espaciales, los “propergólicos” están superados. Se necesitan combustibles con mucho más empuje específico (más potencia en menos peso). En el ’69, el cohete criogénico Saturno V (cuyas etapas superiores quemaban hidrógeno y oxígeno líquido puros, almacenables a temperaturas de 270 y 170 grados bajo cero respectivamente) puso a Armstrong y Aldrin en la Luna. Ahora Ud. entiende por qué durante el lanzamiento la piel externa del cohete desprendía semejante catarata de hielo: pura condensación. La flota criogénica internacional de hoy está hecha para llegar a órbita baja con decenas de toneladas de carga, y a órbita geoestacionaria (la de los satélites de comunicaciones) con tonelajes que van de 1 al 8.
Esto lo digo para poner un toque de modestia necesaria. Y subrayar que en capacidad de carga y alcance, nuestro Tronador es una nota al pie. No así en precisión, si las cosas salen bien.
Resulta evidente por qué, luego de que en 1982 la Argentina le hundiera 7 barcos y discapacitada 13 más a la segunda flota de guerra de la OTAN con simples bombas de gravedad, el presidente civil Raúl Alfonsín no la tuviera muy fácil defendiendo la continuidad del proyecto Cóndor II. Cuando Carlos Saúl Menem lo relevó en la presidencia, su primer objetivo fue destruir el proyecto al ras. Cerró la CNIE, entregó los misiles a los Estados Unidos para su destrucción, y se requirió de prodigios de dialéctica para convencerlo de no dinamitar las instalaciones de Falda del Carmen, hoy sede de control de misiones satelitales de la actual Comisión Nacional de Actividades Espaciales, y de una decena de agencias espaciales más.
Hoy allí también se diseñan y testean los satélites SARE.
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