El costo de no tener radares espaciales (serie Tronador II)

La Argentina no tiene satélites de respuesta rápida ante imprevistos, y hace rato que necesita tener satélites con radar SAR en banda L. Qué bien que le hubiera venido al país que los SAOCOM estuvieran en órbita en 2003. Probablemente se hubiera evitado uno de los grandes desastres de esta década, la inundación de la ciudad de Santa Fe capital en 2003.

Una economía chica metida en un territorio gigante, de gran urbanización, con despoblación rural creciente y especial vulnerabilidad al cambio climático vive peligrosamente, por definición. Pero siempre puede agravar lo malo: en los ’90, junto con la red ferroviaria la Argentina desmanteló su principal sistema de información meteorológica. Cuando existían 48.000 kilómetros de vías férreas y eran propias, había una estación meteorológica en cada apeadero, y debía transmitir el Servicio Meteorológico Nacion datos de presión, viento, lluvia y temperatura tres veces por día. Privatizada la red, este servicio extra desapareció, aún antes de que empezaran a desaparecer formaciones, capacidad de transporte, locomotoras y rieles.

La inundación de Santa Fe capital en 2003 muestra las consecuencias. En los dos meses previos al hecho, estuvo lloviendo sin interrupciones en la alta cuenca del Salado del Norte, Santiago del Estero, donde ya no quedan ferrovías, y donde la población rural dispersa –casi por definición- está aislada de recibir y dar servicios o información.

A esto debe añadirse que la construcción de carreteras, “ese gran remedio” a la falta de ferrocarriles, en la Argentina equivale a la construcción de diques involuntarios. ¿Por qué? Porque para abaratar el costo del kilómetro tendido, las oferentes economizan en “obras de arte”, como se las llama a los vanos de los puentes, o a los sencillos ductos para que el agua de inundación circule bajo los terraplenes, en lugar de formar lagos.

Para entonces, la Argentina ya tenía su satélite óptico, el referido SAC-C, pero al ser un único aparato capaz de “revisitar” la Argentina cada 9 días, y dotado de cámaras ópticas que no pueden ver a través de las nubes, su capacidad de detectar la tremenda acumulación de agua en los tramos superiores del Salado era nula, incluso cuando ya la inundación ya bajaba hacia Santa Fe.

Por lo demás, según usos y costumbres criollas, el gobernador estaba ocupado en asuntos verdaderamente graves (electorales), y nadie le dijo: “Haga dinamitar el puente de la autopista hacia Rosario, porque se va a transformar en un dique”. Cuando el Salado, efectivamente endicado por la autovía, se volvió entre gallos y medianoche un lago, y la cola de ese lago empezó a alargarse hacia el norte, amenazando el flanco occidental de la ciudad, tampoco al gobernador se le ocurrió reforzar el terraplén Pueyrredón a la altura del golf. Ahí esa defensa costera era deliberadamente bajita, para que los jugadores tuvieran bellas vistas sobre el paisaje. Por ahí entró el Salado, y entró de golpe.

Las inundaciones de ríos de llanura, en oposición a las “flash floods” de montaña, son lentas. Sus efectos económicos pueden ser terribles, pero generalmente van acaeciendo a lo largo de días y dan tiempo para escapar. En Santa Fe capital el casco urbano se tapó de golpe con entre 3 y 5 metros de agua y se ahogaron decenas de personas. Logramos ser el primer país del mundo en tener una inundación de río de montaña en un marco geográfico más chato que una mesa de billar.

¿Cuándo necesitamos los SAOCOM en órbita? Ayer. A futuro, y a condición de resolver primero bastantes problemas técnicos inherentes al radar en banda L, algunos SARE “en red de interferometría” podrían darnos un servicio equivalente.

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