Créanle a Varotto (serie Tronador II)

Como el misil Cóndor II era de combustible sólido (salen a toque de botón) y tenía un alcance balístico de 1000 kilómetros, ponía nerviosos a algunos embajadores angloparlantes. Deferente, el presidente Carlos Menem cerró la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE), dispersó su elenco tecnológico, y para dejar un parche en su lugar creó la primera agencia espacial del mundo hecha para no hacer un cohete, y la puso bajo vigilancia de nuestro primer Canciller de Relaciones Carnales, Guido Di Tella. La CONAE no tuvo lo que se dice un nacimiento auspicioso.

Cuando se acomodó la polvareda, el primer presidente realmente profesional de la CONAE fue el astrónomo Jorge Sahade, que reflotó la vieja idea alfonsiniana de un satélite astronómico, para ir aprendiendo del socio obligatorio (los Estados Unidos) al menos algo de arquitectura satelital. No fue una idea errónea, según sus consecuencias posteriores. Y es que en los primeros años del Condoricidio no parecía posible que los embajadores nerviosos nos dejaran hacer siquiera un “fierro” óptico que compitiera con los de sus países en el mercado de la observación terrestre.

Luego llegó a la CONAE el doctor Conrado Varotto (foto), quien entre sus antecedentes tenía haber fundado la empresa INVAP y haber logrado nuestro primer sistema nacional de enriquecimiento de uranio. Confieso mi asombro: ¿Qué hacía “un fierrero” entre tanto académico? A esa altura del partido, yo no esperaba que la CONAE hiciera otra cosa que decoración de interiores, poniendo “posters” de misiones científicas en congresos internacionales.

¡Cómo me equivoqué!

Varotto se escupió las manos, terminó el SAC-B, hecho para determinar el origen espacial de las “X ray bursters”, o grandes llamaradas de rayos X, y se encogió de hombros cuando los Estados Unidos, tras muchos aplazos, pusieron el satélite en un cohete experimental, el Pegasus XL, que destruyó casi previsiblemente nuestro primer satélite (15 millones de dólares) en la fase final del lanzamiento.

Fiel a sí mismo, Varotto se encogió de hombros, dictaminó que de ahí en más todas las misiones satelitales argentinas tendrían utilidad directa para el campo, la industria, el gobierno y la educación argentinas, y mirarían “para abajo”.

Pero además, y esto sucedió en 1998, Varotto se sometió a ser reporteado por quien firma, para la revista XXI –con la misma alegría con la que uno va al dentista- y quien firma le preguntó sobre su proyecto de cohete, que entonces no se llamaba Tronador sino VENG (Vehículo Espacial de Nueva Generación). El diálogo, que fue leído por muy poca gente y creído por nadie, se dio así:

– ¿Qué va a tener de avanzado el VENG?

– Todo. El sistema de propulsión, el de guiado, los materiales. Todo.

– Clarín habló de combustible líquido. ¿No será hidrógeno, verdad? ¿O se trata de hidrocarburos almacenables a temperatura ambiente?

– No descartamos nada. Es todo lo que te voy a decir.

– ¿Y el sistema de guiado?

– No te pienso decir nada. Va a ser avanzado. Punto.

– ¿Y los materiales? ¿Plásticos compuestos? ¿Metales reforzados? ¿Cerámicas especiales?

– Nada. No te voy a decir absolutamente nada, Arias.

Y así quedaron las cosas.

Señores, tras mucho sudor, la Argentina es el 10 país del mundo en construcción de satélites y se apresta a ser, con mucho más trabajo aún, el 8vo con capacidad de acceso al espacio. Dicho y firmado en 2012. Quizás me lean menos, pero también quizás me crean más. Pero no me crean a mí.

Créanle a Varotto.

Sur, Tronador y después

Dime qué vuelas y te diré qué quieres – (Serie Tronador II)

Escalera al cielo, peldaño a peldaño – (Serie Tronador II)

En monolíticos, somos Gardel – (Serie Tronador II)

El costo de no tener radares espaciales – (serie Tronador II)