¡¡¡VIVA ARSAT!!! (dicho por uno de sus dueños)

Escribe Daniel Arias.- Estos días me molestó ver difamado el nombre de ARSAT, una novísima compañía de la que soy propietario (junto a otros 41 millones de compatriotas). La conozco poco porque se expandió tanto en objetivos y capacidades, desde su modesta fundación en 2006, que casi le perdí el paso. Pero veamos algunos datos:

ARSAT creció a “velocidad warp”, de 15 a 300 empleados, llenando las áreas de vacancia y necesidades desatendidas de telecomunicaciones del país. Cada uno o dos años, para enterarme de en qué más andan, me obligo a llamar al par de conocidos que tengo ahí. No me atienden, están hasta las manos.

Uno es Pablo Tognetti, que antes diseñaba satélites en INVAP a pedido de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), con un éxito de 100% en todos los puestos en órbita. El otro es Hugo Scolnik, quien, como alumno de Manuel Sadosky, se formó en investigación operativa en la primer megacomputadora del país, la mítica “Clementina”, de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, allá por 1962. Hoy Scolnik es una referencia mundial en criptografía, y maestro de diseñadores de sistemas en la UBA.

Tognetti hoy dirige ARSAT, Scolnik se ocupa de los servidores (a fecha de hoy, 1600 metros cuadrados, y generan tanto calor como una pequeña central termoeléctrica). Esos sistemas proveen al país de conexión para telefonía, voz, Internet y TV de alta definición, por satélite, cable y aire. Además de dueño, yo soy usuario de todos esos “fierros” y vos también, pero lo ignoramos, por lo mismo que mientras por la canilla salga agua potable, raramente recordaremos el nombre de la compañía proveedora.

Me parece buen signo que cuando los llamo a Tognetti o Scolnik, ninguno tenga un minuto para atenderme. Por más que nos conozcamos y respetemos desde hace décadas, y yo tenga no sé qué premios de periodismo científico y “chapa” ganada en los grandes diarios nacionales.

Desde hace mucho, con el achicamiento de los diarios de papel, como tantos colegas periodistas trabajo por mi cuenta, lo cual supone libertad y riesgos. Entiendo que si mis contactos en ARSAT no me atienden es porque la Argentina también está trabajando por su cuenta, y se toma libertades. Invade –con el peso del Estado- cotos privados del área comunicacional del país, concesionados y mal atendidos o desatendidos. Los riesgos están a la vista: los “invadidos” salieron con los tapones de punta.

Cuando el Estado le compra al Estado

Si los objetivos actuales de ARSAT son inmensos, los de 2006 no eran nada modestos. Había que reemplazar a Nahuelsat, telúrica denominación de un consorcio europeo a quien el gobierno de Carlos Menem le cedió las comunicaciones satelitales del país. Nahuelsat incumplió típicamente con la concesión: primero puso en órbita por apenas 600 millones de dólares el Nahuel I, satélite cuyo único componente nacional era el nombre mapuche. El segundo Nahuel, tal vez por imitar al “Nahuelito”, presunta bestia primigenia del lago Nahuel Huapi, no apareció jamás.

Pero la Argentina tiene DOS posiciones orbitales en la franja geosincrónica, a 35.500 kilómetros de altura sobre el Ecuador, y si no las ocupa, por disposición de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU), las pierde. En lucro cesante, es más barato regalar una provincia, y en términos de soberanía, es un descenso a la C.

En 2006, ARSAT alquiló preventivamente un satélite ajeno para impedir el embargo, y encargó por adjudicación directa el diseño y la construcción de otros dos a INVAP, a esa altura muy fogueada y exitosa en construcción espacial.

Ahora, seis años después y con ARSAT pisando dentro de sus viejos cotos de caza (la televisión HD satelital y por cable, la telefonía celular) los multimedios critican esta metodología. Pero señores, la adjudicación directa o la licitación acotada son las dos políticas de cualquier país soberano cuando quiere desarrollar empresas de tecnología propias en el rubro que sea: aeronáutica, espacial, biociencias, radarística, de defensa, etc.

La licitación acotada es un lujo al alcance de países tan desarrollados que tienen más de un proveedor propio posible. Estados Unidos pudo hacer concursar a la Boeing contra la Lockheed para desarrollar un nuevo avión de combate, como sucedió con el YF-22 Raptor. Pero en cambio la Argentina tiene una sola firma de arquitectura satelital, y es INVAP. Por lo demás, en las grandes licitaciones de defensa de la OTAN, Europa es Europa, EEUU es EEUU, y las competidoras de ultramar son “de corcho”. Pregúntenle a la europea EADS si pudo intervenir en la oferta del Raptor. O a Boeing si pudo arrimar una oferta a la licitación del Eurofighter.

Para tomar como referencia un país mediano y MUY transparente, pregúntenle al ministerio de defensa de Suecia si aceptó a competidores como Dassault, Dornier, EADS, Boeing, Lockheed, IAI, Sukhoi y siguen las firmas, antes de dotar a su propia fuerza aérea del caza Saab Gripen. Adjudicación directa, punto. Gracias a eso, Suecia exporta sus Gripen a Sudáfrica, la república Checa, Tailandia, Inglaterra (¡!) y hay conversaciones con Brasil y la India. Vuelan “joya”, le dan una imagen formidable al resto de la industria sueca, y la prensa nacional, encantada.

Aquí, en cambio, en un país con 6,2 veces más territorio, 4,3 veces más población y un PBI 1,4 veces mayor que el sueco, aspirar a ese margen de soberanía es materia de denuncia.

Si ARSAT contrató a INVAP para los satélites geosincrónicos, es un ejemplo de que el Estado argentino a veces usa inteligentemente su capacidad de compra, y se compra a sí mismo. Todo lo que salió bien del programa nuclear, del espacial y el de defensa es una larga serie de ejemplos. Lamento profundamente que el gran capital criollo rara vez haya desarrollado empresas de tecnología, porque nuestra historia como país habría sido otra.

Como decía el ingeniero Jorge Sábato, puntal ideológico de nuestro Programa Nuclear, fuera de algunas notables excepciones, “tenemos una burguesía chanta”, acostumbrada a hacer caja con negocios raros y golpes de Estado. Históricamente, algunos sectores del Estado toman la posta y salvan al país. ¿O las petroleras privadas no viven de los restos de las reservas de gas y crudo descubiertas por la “vieja” YPF en los ‘70?

Espero con ansias la entrada en servicio del ARSAT 1 en 2013, y de los homólogos 2 y 3 en 2014 y 2015.

Los países con ingeniería satelital propia son diez, y figuramos en ese club como constructores de buenos aparatos de observación terrestre, los SAC (casualmente, Tognetti dirigió su diseño y construcción, cuando pertenecía a INVAP). Pero si funcionan bien los ARSAT, ingresaremos a una cofradía aún más exclusiva: la de los países capaces de hacer satélites geosincrónicos, cuya electrónica debe soportar al menos 15 años las radiaciones del Cinturón de Van Allen. En la nómina figuran Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, China, Japón y la India, punto.

Me imagino la gracia que les causa a estos países nuestro ingreso a su cenáculo.

ARSAT le está pisando los callos a mucha gente.

Cuando el Estado toca el silbato

Ahora también se objeta que ARSAT lleve adelante dos agresivos programas de instalación en todo el país de Televisión Digital Terrestre (con lo que pisa el negocio del cable) y de Televisión Digital Directa al Hogar (y hace llegar TV de alta definición directamente por aire a los usuarios rurales dispersos, o a los urbanos que no tienen dinero para una conexión privada por cable).

Obviamente, de estas dos iniciativas se critica todo: que la tecnología de antenas y decodificadores haya sido contratada directamente con INVAP (no quiero repetirme), y que el Estado se atreva a construir un método para que los contenidos educativos del Sistema de Televisión Pública lleguen a todo el país. ¿El país? Me quedo corto. Con los tres ARSAT desplegados, se verán en las tres Américas.

Los mega medios describen esto como un intento gubernamental de monopolizar la opinión pública. Yo no veo que se trate de acallar a la oposición, o de impedir la libre difusión de TV actual. Nadie está obligado a ver Canal Encuentro, Tecnópolis o Paka Paka. Lo que sí podrá, si no tiene medios económicos o vive en zona rural, es hacerlo gratis.

Pero si a la Argentina la tienen que conocer en Texas o en California (por mencionar dos sitios de Estados Unidos llenos de población hispánica), prefiero que nos asocien con los contenidos educativos de estos canales y no con la fauna de señoritas con implantes que intercambia epítetos cloacales para robarse cámara, o las sádicas conspiraciones de un puñado de idiotas encerrados en una casa para expulsarse unos a otros y manotear un botín.

Que el Estado haga y difunda su propia TV, ¿qué le quita a los canales privados? Sólo el sueño. Los viejos dueños de la pantalla seguirán libres de criticar al gobierno y a difundir una programación a veces abismal, que a muchos argentinos les resulta aceptable. El público se dividirá, y el que hoy está desabastecido de calidad o servicio, por primera vez los tendrá. El resto, “business as usual”, y a mirar la danza del caño. No hay siquiera competencia. Pero por alguna causa, la TV privada ve el posible crecimiento de la TV pública con la misma alegría que el pato a la munición.

Donde sí habrá competencia es en telefonía celular, el mercado donde la iniciativa privada se ha mostrado muy privada de iniciativa a la hora de instalar infraestructura. Gracias a ese espíritu ahorrativo, el dueño argentino de un smart phone tiene pleno derecho a vivir sin señal, e impedido de transmitir imágenes o sonido, y a pagar fortunas por todas esas incapacidades. Es el equivalente del dueño de una Ferrari en un país sin rutas.

ARSAT brindará servicios directos de telefonía celular con precios testigo y a población desatendida, lo que quizás obligue a las privadas a invertir más y cobrar menos. ¿Es ilegal? ¿Es antiético?

Aspiro a que un día el hijo de un quintero de la Quebrada de Huichairas, Jujuy, use su celular para vender sus artesanías de telar en Ushuaia, o en Vancouver, EEUU, y un estudiante de Dusseldorf, Alemania, le alquile un cuarto para sus vacaciones. Es difícil y va a costar plata, ¿pero cuánto PBI nuevo y movilidad social podrá generar? Lo ignoro. Es como preguntarse: ¿para que va a servir un bebé?

Este bebé se parece a otro. Entre los 1880 y 1920, la Argentina se dotó de casi 48.000 kilómetros de tendido ferroviario y telegráfico, cuyo trazado fue fijado por Inglaterra, capacidad instalada que lamentablemente luego el país desatendió y regaló a concesionarias que terminaron de canibalizar el sistema. Lo que yo veo en ARSAT es el intento de armar una infraestructura de integración nacional cuya ambición sólo se paralela a la de aquellos ferrocarriles. Pero en lugar de mover  personas y mercancías, este sistema transportará bits, y el tendido de antenas y 18.000 kilómetros troncales de fibra óptica lo decidirá el gobierno argentino, y no una potencia ajena. Es un bebé propio.

Y lo que crece… Mientras escribo esta nota, la fibra óptica acaba de pasar por los correntosos fondos del estrecho de Magallanes, enlazando por primera vez en la historia a Tierra del Fuego con el resto del país.

Los medios resumen su posición en que ARSAT está llena de adjudicaciones directas (no me repetiré), proyectos faraónicos (unir los pedazos del 8vo país del mundo por superficie es faraónico sin duda) y gastos incontrolados (aunque toda inversión es auditada severamente por la Sindicatura General de La Nación, SIGEN). Yo creo que los medios han vivido dos décadas en off-side, y les acaban de tocar silbato.

Es la opinión sumamente parcial de uno de los 41 millones de dueños de ARSAT.

 

Al espacio, por adjudicación directa

Al mercado nuclear, por adjudicación directa

Al mundo de defensa, por adjudicación directa

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Daniel Arias
31 octubre, 2012

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