Al espacio, por adjudicación directa

En pleno gobierno de Carlos Saúl Menem, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales le adjudicó la construcción de los exitosos satélites de observación terrestre SAC a INVAP. Corría 1991, y la firma barilochense tenía cero kilometraje espacial. Pero por su experiencia como constructora nuclear, era la única del hemisferio sur con conocimiento de materiales especiales sujetos a ambientes térmica y radiológicamente extremos, electrónica de control, fluídica, y la suficiente capacidad propia de investigación y desarrollo como para llegar a puerto.

Por supuesto, el Primer Mundo rebosaba de empresas capaces de vendernos plataformas. Pero el CEO de la CONAE, el mítico Conrado Varotto, había sido en su momento fundador de INVAP, de modo que sabía con quién trataba. La otra opción –y la CONAE la rechazó, no sin deliberaciones internas- era bajar al carrito un satélite de una góndola en los supermercados aeroespaciales y pasar por la caja.

            Es un modo infalible y muy aplaudido para seguir siendo eternamente exportadores de materias primas, y tener una industria en general de escasa complejidad, calidad y competitividad. Pero Varotto es un convencido de que comprar afuera supone dos mermas: dinero que se va y conocimiento que no se adquiere.

            Es decir que INVAP, ya un jugador “world class” en pequeños reactores, se tuvo que volver una firma espacial gracias a adjudicaciones directas de la CONAE, para la construcción de los satélites SAC-B, SAC-A, SAC-C y SAC-D.

            Funcionaron bien todos. El SAC-C, en órbita desde 2000, ya duplicó su expectativa de vida, pese a su complejidad (lleva 8 sensores, cuando el satélite promedio de observación terrestre lleva a lo sumo 2). El jefe de diseño de todos ellos fue Pablo Tognetti, actual CEO de ARSAT.

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