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Seguir leyendo //La entrada principal de la primera Tecnópolis, en 2011, estuvo dominada por la maqueta del futuro cohete nacional de puesta en órbita: el Tronador II. En la reedición 2012 de la feria de ciencia y tecnología argentinas la maqueta pasó a un lugar más discreto. Y es que el mensaje ya está dado: la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) le firmó un cheque a la Argentina y va por ese aparato, aunque todavía le falte tecnológicamente bastante “cocina”.
De suyo es todo un desafío que nuestro país, que cajoneó, a fuerza de aprietes externos, el misil Cóndor (un desarrollo militar) hoy se atreva a desarrollar un cohete en las barbas de la OTAN, por más que por su tipo de combustibles sea un sistema incuestionablemente civil y nula utilidad bélica. Además, el contexto mundial de los ’90 cambió, lo cual mitiga el desafío.
La audacia en realidad es más tecnológica que geopolítica: este vehículo de escasa capacidad de carga, poco alcance y combustibles más bien “cincuentosos” tratará de ser, al menos durante un tiempo, el satelizador más preciso del mundo, capaz de colocar microsatélites SARE “en enjambre”. Esto el Tronador debe hacerlo con una precisión al menos diez veces mayor que la del satelizador más exacto de hoy, el Delta II de los Estados Unidos, para lo cual hay una larga agenda de prototipos intermedios a testear. Una vez más, la CONAE tratará de reinventar la rueda, algo –por definición- bastante difícil pero potencialmente redituable si uno demuestra al mundo una rueda mejor.
“Mejor” en el caso del Tronador II significa que añadir un SARE a un enjambre de satélites de igual marca, todos en órbita entre los 200 y 1200 kilómetros, sea el equivalente de enchufar un “pen-drive” en un componente de una intranet (en este caso espacial). Colocado en el USB del nodo correspondiente, añadirá funciones a la red. Fuera de ese sitio preciso, no servirá de nada. A esa exactitud se apunta.
Los SARE serán, por definición, satélites pequeños, livianos, baratos, unifuncionales, “destripados” de todo propósito salvo alguno muy específico, que varía según el caso. ¿Hubo un año seco ¿Se viene temporada de incendios forestales o de campos? ¿No convendrá tener algunos sensores espaciales que nos den el cuadro nacional de humedad en el suelo y en la vegetación, y otro cuadro más, de emisión térmica? Eso permitiría tener mapas de riesgo en tiempo real, incluso en los sitios más despoblados. Y se resolvería “enchufando” radares en banda L y cámaras infrarrojas, Tronador mediante, al enjambre criollo. ¿Y si a éste se le fundió un módulo de comunicaciones? La CONAE manda otro de repuesto.
Y así el enjambre SARE variaría con el tiempo a demanda de las necesidades cambiantes: a veces habría que monitorear inundaciones, otras la pesca ilegal, otras un derrame de petróleo, de tanto en tanto una nube de ceniza volcánica. Cada módulo SARE sería barato no sólo por unifuncional, sino porque se lo fabricaría en serie y con componentes electrónicos comunes. Al ser sistemas alta reposición, ni siquiera necesitarían chips “endurecidos” para durar en un ambiente radioactivo, como es la órbita baja.
Esto de la arquitectura modular rompe con lo que la Argentina aprendió a hacer a la perfección desde los ’90: satélites monolíticos multifunción, cada vez más pesados y complejos. Sin esta noción no se entiende el Tronador II: es un cohete repositor de satélites chicos enjambrados en órbita baja. Un asunto surgido de la fértil imaginación y la férrea voluntad del doctor Conrado Varotto (foto), heredero natural del “management” tecnológico del recordado Jorge Sábato (ver hyperlink 5, un pequeño homenaje). Con 50 como esos 2, hacemos un país.
Y es que somos (sin saberlo) el octavo país del mundo por extensión, también uno de los más afectados por el cambio climático, y víctima creciente de los “vacíos de información” que genera el despoblamiento rural. Necesitamos automonitoreo espacial constante y en enjambre, si queremos tener ideas predictivas de qué va a pasar, y cuándo, y en qué medida, y adónde, y adoptar conductas proactivas o preventivas (ver inundación de Santa Fe).
Si todo esto sale bien, además de ser el octavo país en tamaño, seremos también el octavo con acceso propio al espacio. Y quizás llegue el día en que cuando la Argentina ponga un SARE en órbita baja, la cosa apenas salga en los medios. Tal vez en 2020 quien trabaje como presidenta/e de la nación podrá volver a casa y contar que el día estuvo horroroso: dos fábricas y un hospital inaugurados, una huelga de servicios y un juicio de fondos buitre parados a tiempo, palos de prensa de todo tipo y tamaño y ¿qué otra cosa más? Ah, sí, che, los de la CONAE. Lanzaron otro satélite para hacer no sé qué cosa. No, esta vez no era para nosotros, era para (completar con el nombre de un país que se hizo socio).
¿Llegaremos a tanto? Dentro de su tradición cautelosa, la CONAE no suelta prenda sobre algo que sí será noticia: el vuelo de bautismo del Tronador. Pero podría ser 2015.
Dime qué vuelas y te diré qué quieres – (Serie Tronador II)
Escalera al cielo, peldaño a peldaño – (Serie Tronador II)
En monolíticos, somos Gardel – (Serie Tronador II)
El costo de no tener radares espaciales – (serie Tronador II)
Créanle a Varotto – (serie Tronador II)
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